SALUD

09 de Diciembre de 2020

Vacunas: El mejor beneficio para la salud pública

En el actual contexto de pandemia, las autoras de este artículo, biólogas e investigadoras en Ciencias Biológicas y de la Salud, integrantes del Colectivo Ciencia Nuestra, explican la importancia de las vacunas como herramientas para luchar en contra de enfermedades infecciosas. A partir de múltiples evidencias científicas, discuten con aquellos grupos de carácter irracional que desinforman a la población conocidos como “antivacunas” y que, aunque pequeños, toman gran notoriedad global debido a la amplificación mediática.

/Por Soledad Gori, Marina Carpano y Belén Almejun

 

Desde su creación, las vacunas han sido y son la mejor herramienta de salud para luchar contra  enfermedades infecciosas. La evidencia sobre el éxito de la vacunación para combatir enfermedades es vasta y muy clara. No es una opinión, es el consenso de la grandísima mayoría de la comunidad científica a la luz de la evidencia. La OMS estima que las vacunas evitan entre dos y tres millones de muertes cada año. Sin embargo, al no llegar a todxs, dos millones de personas fallecen anualmente por patologías que podrían prevenirse.

Hace más de 200 años, la primera vacuna venció a la viruela que devastaba a la humanidad con casi un 30% de mortalidad. A partir de aquel desarrollo inicial, y luego de muchos años de investigación científica, se han puesto a disposición de la población un gran número de vacunas que han permitido protegernos de enfermedades infecciosas tan graves como el sarampión, la tos convulsa, las meningitis, la rubéola, la polio, el tétanos, etc. Gracias al éxito de las vacunas, nos cuesta imaginar que hace tan sólo 100 años la principal causa de muerte en todos los países del mundo eran las enfermedades infecciosas.

Los beneficios aportados por las vacunas han sido y siguen siendo enormes. Se estima que durante el período 2011-2020, las vacunas salvaron 25 millones de vidas, o en otras palabras, ¡5 vidas por minuto!

Pero en este mundo conviven quienes piensan que el verdadero Paul McCartney está muerto y lo ocultan, los que creen que el ser humano y los dinosaurios coexistieron, los que piensan que la tierra es plana…y también están los antivacunas, quienes tienen algo que los diferencia de todos los anteriores: son un peligro para la salud pública. Grupos constituidos por personas que de manera irracional no creen en los beneficios que puede aportar la inmunización vacunal y que existen desde la implementación de la vacunación masiva hace muchos años. Son grupos muy activos, pequeños pero ruidosos, que aportan información no contrastable, que siembran la semilla de la desconfianza en una parte de la población lo cual genera una reducción de las coberturas vacunales recomendadas para el control de las distintas enfermedades.

Este problema que se ha visto en Norteamérica ha salpicado hasta a nuestro país. Podemos verlo en el aumento de los casos de sarampión de los últimos dos años. El problema de la desinformación es un viejo conocido pero que en el último tiempo ha demostrado ser bastante serio cuando se habla sin asesoramiento de salud pública. Debemos aprender cómo informarnos. Generar el pensamiento crítico. Confiar en las evidencias, que no tienen intereses. Asesorarnos con fuentes de información confiables, de autoridades sanitarias, de personal de salud capacitado, de sociedades científicas.

Tengamos en cuenta que la vacunación no sólo es un acto benéfico para nosotros individualmente, sino también es un acto de responsabilidad colectiva, altruista y solidaria para terminar con la circulación de un patógeno en una población, en la cual muchas personas no pueden vacunarse ya que su sistema inmune está comprometido (como los niños y adultos con inmunodeficiencias), y otros que no logran desarrollar inmunidad aún vacunados. Así, las vacunas no son sólo un derecho sino una obligación de cada uno para con la sociedad.

¿Cómo actúan las vacunas?

Primero debemos saber qué significa ser inmune o estar inmunizado. Sabemos que la inmunidad es la respuesta que produce nuestro cuerpo para defenderse de diferentes agentes extraños, muchos de ellos que pueden causarnos daños, conocidos como patógenos. Una parte de nuestro sistema inmune, la más antigua en la evolución, reconoce a estos patógenos de una forma más general (“como si los viera en una foto”). En cambio, la otra parte de nuestras defensas, reconoce a los mismos patógenos pero ya no se conforma con reconocerlos en “foto” (donde muchos pueden ser parecidos), lo hace de forma específica (“como si supiera su DNI”).  Ambas generan respuesta pero esta última, más evolucionada, tiene algo que la otra no: la capacidad de “recordar” o lo que llamamos “memoria inmunológica”.  

La primera vez que se encuentran nuestras defensas con un patógeno (y registran hasta su “DNI”), se desencadenan varias respuestas que culminan en la generación de clones que, cual soldados, quedarán listos para el próximo encuentro con el mismo patógeno. Ya conocen al enemigo y lo recuerdan a veces hasta por años. Parte de este sistema de defensas puede además generar armas específicas, los anticuerpos. A estas dos respuestas específicas las llamamos celular y humoral, respectivamente.

En la respuesta humoral se generan, entonces, los famosos anticuerpos que circulan por la sangre y actúan como “armas” que reconocen al patógeno para el cual fueron producidos y son capaces de neutralizarlo. En cambio en la respuesta llamada celular, los clones generados ante el primer encuentro con el enemigo pueden reconocer al patógeno nuevamente (por su “DNI”) mientras está escondido en una célula propia a la cual infectó, por ejemplo. Es decir, que estas células llamadas células T son capaces de identificar al “infiltrado” y destruirlo aún mientras está escondido.

La memoria inmunológica, esta capacidad de recordar al patógeno para responder más rápidamente y mejor ante un nuevo encuentro con él, puede adquirirse como respuesta de nuestro sistema inmune no sólo a un patógeno al que nos expusimos naturalmente, sino también artificialmente al colocarnos una vacuna. Es más, muchas veces, la memoria adquirida mediante las vacunas es más eficaz que la generada naturalmente ya que, con miles de años de evolución, muchos patógenos “se han avivado” y engañan al sistema inmune en el primer encuentro, con lo cual se vuelven escurridizos y se escapan, no pudiendo recordarlos luego. Las vacunas entonces sirven para entrenar a nuestro sistema inmune de una manera eficiente y segura.

Las vacunas se basan en la producción de esta respuesta inmune de memoria, mimetizando la infección natural pero sin enfermarnos, para preparar a nuestro organismo para defenderse del patógeno por si alguna vez se encuentra con él. Así, cuando una persona vacunada se expone al virus o bacteria en un contexto “real”, el sistema inmunitario lo controlará rápidamente (porque ya lo reconoce por “DNI”), y así lo neutraliza tan rápidamente que la persona no se enferma.

Estas vacunas pueden estar formadas por el mismo patógeno, pero alterado de tal manera que no pueda enfermar pero sí entrenar al sistema inmune, o por partes del mismo.  

¿Cómo se desarrollan las vacunas?

El desarrollo de nuevas vacunas, así como el desarrollo de nuevos medicamentos, implica distintas etapas en las cuales se mide su seguridad y eficacia previa a la utilización masiva. Son ensayos controlados y auditados por científicos a nivel internacional.

 

 


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