Internacionales

17 de Enero de 2021

Esto está ocurriendo en Estados Unidos

Ilustración: Lucas Porrazzo

/ Texto: Prof. Daniel Murillo - Ilustración: Lucas Porrazzo (@peeele.ilus)

 

Un presidente termina su mandato y no quiere irse. Se irá sin reconocer la validez de una elección en la que perdió. Impulsó toda argucia legal a su alcance para que el poder judicial lo transforme en ganador. Al no obtener nada por ese camino, intensificó ante sus seguidores su prédica de que hubo fraude electoral, con el único fundamento de su convicción de que así fue, sin evidencias.

Unos miles de esos seguidores intentaron, después de un discurso del presidente, impedir que se realizara un acto en el Congreso de confirmación de la elección realizada. Lograron interrumpir la sesión que se estaba llevando a cabo, ingresando en el edificio emblemático de su democracia, amenazando a los legisladores. Fue el punto máximo de desprecio de los mecanismos democráticos básicos.

Transcurrieron previamente cuatro años de discurso irresponsable, violento, militarista, denigratorio, falaz, mentiroso, supremacista, discriminatorio, soberbio, hasta resultar paródico aunque no cómico. Fue una degradación absoluta de la política, llevándola al terreno de la disputa basada exclusivamente en agravios a los opositores, exabruptos y nula fundamentación racional.

El presidente exacerbó hasta el paroxismo la irracionalidad y el dogmatismo político violento. Y encontró eco: algo más de 46% de los votos fueron para él. Una realidad temible.

Esto ha ocurrido y está ocurriendo en Estados Unidos. En la democracia “ejemplar”, la más poderosa y longeva.

La que se fundó hace más de dos siglos tolerando la existencia de la esclavitud dentro de sí.

La que con sus instituciones superó una guerra civil, la más destructiva de su tiempo, hace algo más de siglo y medio.

La que impulsó y concretó un proceso de industrialización acelerado, nutrido con masas de inmigrantes y explotando a la clase obrera más numerosa jamás vista, lo que derivó en la más brutal concentración y centralización de capital.

La que llevó a cabo la expansión y ocupación territorial más vasta y veloz que haya ocurrido, arrasando a los pueblos aborígenes que habitaban el subcontinente norteamericano.

La que intervino en las dos guerras mundiales, llevando a la muerte a miles de jóvenes trabajadores, defendiendo supuestos valores democráticos que hoy resultan dudosos.

La que soportó crisis económicas que hundieron en la miseria y la desesperación a millones de asalariados y pequeños productores, y que enriquecieron a minorías inescrupulosas.

La que fue a defender, en apariencia, la libertad de coreanos, vietnamitas, iraquíes, nicaragüenses, guatemaltecos, cubanos, filipinos, y tantos otros, siempre llevando la guerra y toda su crueldad.

La que arrojó las bombas atómicas sobre el pueblo japonés para posibilitar la paz a través de la más espantosa destrucción y la muerte de miles de civiles en un instante.

La que lideró el enfrentamiento contra el socialismo soviético, logrando una victoria que permitió imponer la globalización capitalista, más voraz que nunca antes, en beneficio de las minorías más ricas y poderosas.

Podríamos seguir anotando hechos y situaciones que caracterizan a este tremendo monstruo que es protagonista de la historia mundial: la “democracia” estadounidense.

Considero que estas contradicciones, inherentes a ella, hacen moderar la sorpresa frente a lo ocurrido. La violencia ha sido y es componente esencial de la organización política, social y económica de Estados Unidos, porque lo ha sido y es del capitalismo mismo. Es innegable la ductilidad de la clase dominante y la dirigencia política estadounidense, a lo largo de la historia del país, para establecer sólidos acuerdos que permitieran la dominación. La alternancia bipartidista nos ha brindado durante mucho tiempo esa imagen de solidez de las instituciones democráticas de Estados Unidos.

Pero el neoliberalismo ha llevado hasta tal extremo la inequidad, la desigualdad, la marginación, la concentración de la riqueza, que ni en Estados Unidos es tolerable. Los sectores medios y bajos afectados por esta situación, que ha ido empeorando sus condiciones de vida, descargan su ira y su impotencia sobre los grupos más desprotegidos, señalados como culpables de lo que ocurre. A esto apeló Trump y encontró respaldo.

La violencia terminó dirigiéndose también a la parte de la dirigencia política que se interpuso en su camino para preservar esos acuerdos sostenidos tanto tiempo por el sistema bipartidista, las “costumbres” políticas, las tradiciones del sistema que le permitían presentarse como el modelo de democracia a imitar. La nueva bestia descontrolada amenaza, con su derrotero filofascista, las formas del sistema de dominación existente, y quizás también sus bases, provocando una modificación al interior de los sectores dominantes.

Resulta claro que quienes asuman el poder en Estados Unidos no impulsarán cambios profundos en el modelo neoliberal, y mucho menos, desde luego, en el capitalismo. Serán como un bálsamo para la política interior y exterior. Recobrarán las formas habituales. Pero si no encuentran respuesta a la situación de quienes creyeron ver en Trump a su salvador, deberán enfrentar momentos muy complicados. El nivel de agresividad y violencia existente hoy no será fácil de reducir.

Por su parte, el mundo estará expectante sobre lo que ocurra en Estados Unidos después de esta demostración de la existencia de profundas dificultades en su interior. Queda por ver qué consecuencias tendrá este enorme deterioro del sistema estadounidense para su posición dominante, en momentos en que ya han aparecido rivales que la cuestionan seriamente.

 

 

 

 

 


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