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24 de Abril de 2020

Del Decamerón de la Peste Negra a la pandemia del Coronavirus

/Por Sergio Robles

 

Y digo, pues, que los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios habían llegado a mil trescientos cuarenta y ocho, cuando en la egregia ciudad de Florencia, espléndida entre todas las de Italia, sobrevino la mortífera peste…y fue originada unos años atrás en las partes de Oriente, donde arrebató una innumerable cantidad de vidas…

                                                                                 (El Decamerón- Jornada Primera- Giovanni Boccaccio)

 

Al abrir las páginas de “El Decamerón” el lector percibe que está en presencia de un trágico momento histórico de una Europa medieval, convertida por entero en escenario de la terrible peste. Boccaccio, contemporáneo de la tragedia, sitúa la acción de su creación literaria en una villa a las afueras de Florencia, donde siete muchachas y tres jóvenes -pertenecientes a la culta burguesía- se refugian en una residencia campestre para huir de la epidemia que azotó a la ciudad  en 1348. Para entretenerse durante aquellos desventurados días, los jóvenes relatan, cada uno, un cuento cada jornada, cuyo contenido picaresco y erótico, se presenta con pretensión de exorcizar aquella realidad. 

La pandemia en la que se sitúa la obra ocurrió, en efecto, entre 1347 y 1353, siendo la más letal en la historia de la humanidad, aunque afectó  a Asia y a Europa. Se calcula que en ella murieron unas 25 millones de personas solo en Europa, lo que equivalía a un tercio de su población, pero se desconocen las cifras en Oriente, donde irrumpió primero, para difundirse luego, a través de las rutas comerciales. En Florencia alcanzó tal magnitud que solo sobrevivió un quinto de sus pobladores; y en el resto del continente el panorama fue igual, sucumbiendo ricos y pobres, hombres de pueblo y príncipes.

Aunque no hay un consenso general, algunos estudiosos piensan que la enfermedad, conocida como la “peste negra”, fue una variedad de la peste bubónica y el microorganismo causante era, al parecer, la bacteria yersinia pestis, que portaban las pulgas que pasaron de la rata negra o rata doméstica al ser humano.

En los sucesivos siglos distintas regiones del planeta estuvieron sometidas a epidemias, siendo las más frecuentes las de viruela, cólera y fiebre amarilla, entre tantas otras. Y en el caso de América, las epidemias ejercieron un impacto extraordinario en el proceso de conquista  de los pueblos originarios, al disminuir en forma sustancial el número de sus poblaciones, aún no inmunizadas, como consecuencia de enfermedades que les transmitieron los europeos. 

En el siglo XX han aparecido distintos brotes epidémicos de otras enfermedades, y tres grandes pandemias: la llamada gripe española, originada en marzo de 1918, luego extendida por Europa y el resto del mundo, que produjo varios millones de muertos; la gripe asiática (virus de la influenza H2 N2) que se inició en Pekín, en 1957 y, al cabo de diez meses, pasó a Hong Kong, Singapur y al resto del mundo, matando a dos millones de personas.  Una década después, la gripe de Hong Kong, (variación del virus de la influenza A subtipo H3 N2) se propagó de China al resto del mundo, provocando un millón de muertes.

Esta nueva pandemia que tiene por protagonista una mutación del coronavirus nos muestra en particular y del modo más palmario, la naturaleza de lo que Marshall McLuhan llamó hace varias décadas, aldea global, término usado para referirse al impacto tecnológico en el campo de la comunicación y sus consecuencias en la organización social. Si bien las diferentes sociedades conocían desde tiempo atrás las consecuencias de las crisis económicas mundiales en un mundo en proceso de integración comercial, aquí, la situación reconoce otra dimensión. La desaparición de las distancias temporales que permite conocer, en su inmediatez,  lo que transcurre en cada rincón del mundo, nos presenta los conflictos que padece la humanidad, un tanto y cada vez más como propios. De ello dan cuenta las movilizaciones de distintos grupos sociales reclamando por el drama de los refugiados y migrantes que huyen de guerras y hambrunas, por la amenaza ambiental de una industrialización sin control, por los millones de excluidos en  sociedades desiguales. Hoy, en una nueva vuelta de tuerca, el fenómeno de la pandemia se reproduce rápidamente a escala global, como en esos filmes estadounidenses de cine catástrofe,  con ciudades paralizadas, viajeros varados por días en aeropuertos, cifras de infectados y muertos que se mueven como en una pizarra de cotización de acciones, pero sin ver, aunque imaginamos en el peor de los escenarios, los rostros de los millones de desamparados de todo tipo que pueden resultar más vulnerables a esta pandemia. 

El mundo actual, en su configuración de aldea global  y en su organización social extremadamente compleja y urbana se ha convertido, en cierto sentido, en un sistema  más cercano y frágil y, a la vez,  más eficaz, respecto a otros tiempos, para enfrentar desafíos globales.  La acción colectiva y la información, a través de los medios creados por la revolución tecnológica, se presentan como instrumentos eficaces para minimizar el impacto de la situación actual o de situaciones similares futuras que deba enfrentar la humanidad. Este tiempo, en el que la vida humana en el planeta se aquieta e inquieta -en donde se muestra la fragilidad de la vida y de los sistemas creados por el hombre-  merece ser pensado y repensado, para alcanzar un mejor destino, destino común de nuestra maravillosa y engreída especie.

Viejas y nuevas amenazas globales, que desde los tiempos de “El Decamerón”, nos lleva a mirarnos en el espejo y replantearnos el destino de una sociedad de tipo tribal a escala planetaria.


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