Texas, el orgulloso estado independiente de la “estrella solitaria”, está sufriendo una catástrofe humanitaria provocada por el negacionismo empecinado de sus autoridades sobre la crisis del cambio climático y por la falta de regulaciones federales.
El calentamiento del aire sobre el Ártico probablemente fue la causa por la que el vórtice polar —una enorme masa de aire frío que se forma sobre el Polo Norte— se desplazó hacia el sur y provocó un frío glacial sin precedentes en Texas y los estados circundantes. Millones de personas se han quedado durante días sin electricidad, agua y calefacción, y cerca de 40 personas han muerto. Una segunda tormenta invernal azotó el estado cuando salía del vórtice.
En una entrevista con el canal Fox News, el gobernador republicano de Texas, Greg Abbott, culpó falsamente al sistema de energía renovable por la falla de la red eléctrica del estado: “Esto muestra por qué un New Deal ecológico tendría consecuencias nefastas para nuestro país”. Sin embargo, incluso el propio departamento de energía de Abbot refutó sus afirmaciones.
El aire helado que cubrió la región apagó aproximadamente la mitad de las turbinas eólicas de Texas, pero, aun así, eso solo representó el 13% de la pérdida total de energía. La principal causa de la catástrofe fue el congelamiento de la infraestructura de combustibles fósiles, que paralizó plantas de carbón, petróleo y gas natural, e incluso también instalaciones de generación de energía nuclear. Las mentiras del gobernador Abbott pueden agradar a los ejecutivos de las empresas de combustibles fósiles que le donan dinero, pero no ayudarán a los millones de texanos que luchan por sobrevivir en el frío glacial, ni tampoco protegerán a Texas de los eventos climáticos extremos que seguramente continuarán ocurriendo en el futuro.
El propio estado de Texas tiene, en gran parte, la culpa de los graves efectos generados por la falla de su red eléctrica. La mayor parte del territorio continental de EEUU obtiene energía de dos redes eléctricas centrales: una en la zona este y la otra en el oeste. En cambio, Texas opera su propia red eléctrica, aislada de las demás y a menudo descrita como una “isla”. En 1935, como parte del New Deal, el presidente Franklin Delano Roosevelt promovió la creación de la Comisión Federal de Energía para regular la electricidad interestatal. Las compañías eléctricas de Texas se rebelaron, decidieron actuar solas y mantener dentro del estado la generación de su propia energía eléctrica. Con el transcurrir de los años, el sistema se convirtió en el actual Consejo de Confiabilidad Eléctrica de Texas (ERCOT, por sus siglas en inglés).
Al ser uno de los estados más extensos del país y contar con reservas significativas de petróleo, gas y carbón dentro de sus fronteras, además de mucho sol y viento, Texas está quizás mejor posicionado que cualquier otro estado para intentar la independencia energética. Pero, como se suele decir, el diablo está en los detalles. Durante décadas, ERCOT hizo alarde de su éxito y lo atribuyó a su devoción por el libre mercado y al hecho de no estar sujeto a la regulación federal.
Las autoridades de energía eléctrica de Texas se jactan sin cesar de la capacidad de ERCOT para alimentar todos los aires acondicionados del estado durante los veranos, famosos por sus altas temperaturas. Pero los productores de energía nunca habían tenido incentivos para gastar dinero en acondicionar sus instalaciones para el invierno. Y cuando el frío ártico de esta semana apagó todas sus plantas de energía, Texas no pudo obtener electricidad de fuentes fuera del estado, lo que provocó una cascada de calamidades que golpeó especialmente a los sectores de bajos ingresos y las comunidades de color.
Poco después de que se restableciera la energía eléctrica, el profesor Robert Bullard, conocido como el “padre de la justicia ambiental”, comentó: “Ahora somos la estrella solitaria en soledad. El impacto de esta tormenta es mucho mayor que simples cortes de energía e inconvenientes para aquellos sectores que históricamente se han visto afectados por la inseguridad energética y la pobreza energética”.
Fuente: Amy Goodman y Denis Moynihan – Democracy Now!
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