200 años de la Provincia de Buenos Aires

29 de Marzo de 2021

Una cuestión de identidad

/ Por Arq. Claudio Rodríguez

Los conquistadores españoles iban ocupando territorio, abriendo caminos y fundando ciudades. Las ciudades debían tener un nombre, un santo patrono y una traza ortogonal con solares destinados a la plaza, al cabildo, a la iglesia, respondiendo a las Leyes de Indias. Alrededor del poblado se repartían las tierras destinadas a las actividades rurales de donde provenían los alimentos para el pueblo. La ciudad era más que una ordenada acumulación de actividades: gobierno, viviendas, comercios. Era el centro administrativo de un territorio que se desarrollaba radialmente, como organismos unicelulares emitiendo pseudópodos, en principio aislados y autosustentables y luego interrelacionados y vinculados por rutas fluviales o caminos reales marcados por las huellas de las carretas.

Nuestra capital se funda por segunda vez en 1580 cumpliendo con todas las pautas establecidas, repartiéndose las tierras entre los conquistadores; naciendo así un territorio geográfico con nombre propio: Buenos Aires, quien, luego de la independencia, hace 200 años, se instituye como provincia que, como no podía ser de otra manera, habrá de llevar el mismo nombre de la ciudad que le diera origen.

La historia argentina es rica en acontecimientos y el rol de Buenos Aires es siempre protagónico. Pero no es todo el proceso histórico el que motiva esta nota, sino lo ocurrido a partir de un hecho concreto, constituido en un hito en el proceso de organización nacional de fines del Siglo XIX: La federalización de la ciudad de Buenos Aires (1880).

Buenos Aires pasa a ser Capital Federal, y los habitantes de la provincia dejamos de ser porteños para pasar a ser bonaerenses. (No conozco a nadie que en el lenguaje cotidiano utilice este término, que en lo personal me remite a un manual de la escuela primaria, vigente en los años 60, de la vieja editorial Kapeluz).

Pasamos a ser habitantes de una provincia cuya capital no nos pertenece, sino que es de toda la Argentina, como una madre abandónica que no nos corresponde y que, para colmo, desde 1994 adquiere el status de ciudad autónoma.

De poco sirvió el esfuerzo de Dardo Rocha y sus contemporáneos, creando y construyendo en tiempo record una nueva capital. La Plata, magnífico ejemplo del urbanismo de Siglo XIX, que es también un rotundo fracaso como sede administrativa del gobierno provincial, y que le significaría a Rocha ser el iniciador de la maldición existente hasta nuestros días, por la cual ningún gobernador de la provincia de Buenos Aires sería electo jamás presidente de la República. 

No se puede curar el trauma ocasionado por una madre que nos deja, pero de quien llevamos su nombre, por otra sustituta, a quien además pocos bonaerenses conocen. 

Porque salvo a los platenses, La Plata le queda incómoda a todo el mundo.

Cualquier funcionario de cualquier municipio de la provincia coincidirá con esta nota al afirmar que hacer una gestión en La Plata es un embole. No sólo por el tiempo que hay que invertir para llegar a ella, sino porque casi siempre deben retornar a casa decepcionados y con gusto a poco.

El aparato burocrático de la capital provincial se formó con la acumulación de empleados y funcionarios de mandos medios provenientes de todos los gobiernos que pasaron y...se fueron quedando.

Los ministerios son enormes edificios (otrora palacios), que a lo largo del tiempo se fueron internamente compartimentando, generando pasillos laberínticos y oficinas con escasa luz natural, mal mantenidos y superpoblados, como verdaderos castillos kafkianos. 

Este universo platense constituye un poder dentro de otro poder: Por más gobernador o ministro que seas, si el aparato se te pone en contra no podrás mover un papel. Para colmo la organización político administrativa de la provincia es absolutamente centralista. Vale como dato recordar que el Artículo 123º de la Constitución Nacional promueve y consagra las autonomías municipales. Sin embargo la Constitución Provincial (sancionada en 1994, en el mismo año que la nacional), no adhiere ni las reconoce.  Este centralismo hace que, asuntos que bien podrían resolverse en el orden local, deban ser tratados en La Plata, con la consiguiente demora que ello implica, favoreciendo además la existencia de “kioscos” que deberán ser “aceitados” para que los expedientes avancen. 

Hasta aquí un veloz análisis, cargado de impresiones subjetivas y muy personales. En este punto debo parar la pelota y levantar la cabeza, para ver como se arma el juego que, además, tiene que ser bonito.

Porque no son los traumas por el nombre propio y el excesivo centralismo platense las características excluyentes de nuestra provincia. Si creyera en ello terminaría adhiriendo al concepto de “provincia inviable” acuñado por algún periodista sin demasiados fundamentos. La construcción de la identidad y la resolución política y administrativa son cuestiones de agenda que deberán tratarse como política de Estado. Nuestra provincia no sólo es viable sino que es el motor fundamental del desarrollo de todo el país.

En el plan de gobierno del actual gobernador está claramente planteado el tema de la descentralización, traducido en la creación de regiones con cierta autonomía, que ubique la toma de decisiones mucho más cerca de los pueblos. Lamentablemente la pandemia alteró los tiempos y habrá que superarla para poder avanzar luego en estas cuestiones. No obstante, los momentos históricos son irreversibles. Tarde o temprano habrá de ocurrir, porque es el mandato del ahora, que se consoliden los estados municipales y se fortalezcan los gobiernos locales, pues son tendencias que se están planteando en todo el globo como expresiones de un nuevo orden. (Temas éstos que quizá sean motivo de otra nota, incluidas las cuestiones presupuestarias y de coparticipación). 

A nuestra provincia le cabe el desafío de reorganizarse pero con muchas inyecciones de contenido. Y es aquí donde volvemos al concepto de identidad. La identidad es lo que nos hace únicos y nos diferencia de los demás. La palabra identidad va siempre acompañando a la palabra cultura. Y de todas las definiciones de cultura me quedo con ésta (tal vez porque es imperfecta): “cultura es todo lo que un pueblo sabe hacer”.

¡Y vaya si el pueblo de la provincia de Buenos Aires sabe hacer cosas! 

Sucede que la cultura, que nos da identidad como pueblo, no está en la cúspide de la pirámide sino en la base. En los hombres y mujeres que producen y crean y en las organizaciones comunitarias que son capaces de fundar y organizar.

Y por supuesto en la máxima expresión cultural del ser humano: el arte, en todas sus expresiones.

Si podemos asimilar todo este patrimonio, que es nuestro, comprenderemos que Buenos Aires no es esa vieja ciudad que nos concibió para luego abandonarnos.  Hoy Buenos Aires somos nosotros. 
 

PD: Hablando de cultura e identidad, hace poco, el 16 de febrero, se murió Omar Moreno Palacios. Músico, compositor, virtuoso ejecutante de la guitarra y humorista, que estudió los géneros musicales de la llanura pampeana bonaerense. Milongas sureras, cielos, cifras y estilos formaban parte de su repertorio. Fue uno de los pocos que se atrevió a componer una canción con el nombre de la provincia.

 

Provincia de Buenos Aires es una Cifra, una de cuyas estrofas expresa:

Dicen que soy altanera

pero no soy fantasiosa

sencilla pero vistosa

sin jactancia con donaire

libre voy surcando el aire

cual golondrina viajera

y te llevo en la asidera

provincia de Buenos Aires.

 


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