/ Por Jorge Collado
La sociedad en la que vivimos se desgarra en pulsiones vaciadas de sentido. Corremos tras un imperativo de goce carente de placer; consumimos lo que no tenemos sin negarnos a empeñar un futuro que, si bien incierto, ya lo renunciamos; corremos “para no llegar a ningún lado”. Tal vez sea momento de reflexionar, pensar y resistir a partir de recuperar la subjetividad… En este impasse que nos impone la pandemia, me aboco a lo primero e intento pensar (incluso imaginar), una alternativa para empezar a salir de esta jaula donde la mercantilización ha calado tan hondo que nos vemos obligados a gozar a un precio que no podemos pagar. Para esto, utilizo los conceptos marxistas que nos permiten hablar de una teoría de la explotación y los fusiono con los aportes del psicoanálisis para transformarlos en una propuesta política de transformación, transgresión y, por qué no, de revolución.
En todo caso para que este texto tenga algún sentido desde la acción y no solamente desde la reflexión, me gustaría pensar al decir de Roberto Arlt quien se definía como un utópico racionalista, que sólo desde la razón se puede encontrar la puerta de la utopía.
No digo mucho, si afirmo que Marx fue un transgresor. Pero voy a tratar de explicar por qué lo fue y por qué el marxismo continúa siendo una ideología transgresora. Marx desde lo discursivo instaura el concepto de Plusvalía que como bien sabemos es el valor no pagado del trabajo del obrero del cual se hace propietario el empresario. Originando así la esencia de la explotación. Esta definición de por sí es la gran revolución discursiva de Marx y la que plantea a partir de ese enunciado una nueva ética. O se piensa desde el capital o se piensa desde la fuerza de trabajo. Las mixturas o terceras posiciones siempre han sido a favor del capital y en detrimento de las fuerzas productivas.
Instaurar una nueva ética es la función del que transgrede lo estatuido y en ese sentido Marx ha sido un pionero. Bien podría sustituir la palabra trasgresión por la de revolucionario; que el pensamiento marxista sin dudas lo es. Pero para este artículo intencionalmente utilizo el término transgresión, concepto que me explayare más adelante.
Pero esto ya está dicho y de alguna forma estatuido y en todo caso no es más que un proceso histórico que se cuenta desde su enunciación. Digamos que si bien la historia es la historia de la lucha de clases desde el principio de la humanidad hasta nuestros tiempos, hay un antes y un después de Marx, cuando nos referimos al proceso histórico.
Pero existe un lugar donde el tiempo no cuenta, donde es inexistente y lo ocurrido hoy se condensa y desplaza con lo ocurrido en la historia del sujeto, ese lugar es el inconsciente. Y ahí podríamos decir que hay un antes y un después de Freud en la cuenta, allí el concepto de plusvalía se diluye. Se diluye en tanto nos centramos en el sujeto escindido y no en el sujeto social.
Algún tiempo después de la escritura del Capítulo 7 de la interpretación de los sueños (Freud -1899), Lacan enuncia desde la visión del sujeto del psicoanálisis, el concepto de Objeto a: es un concepto que remite a la noción de un objeto de deseo inalcanzable. Denominado también objeto primario, y si bien es un objeto que hace referencia a la primer experiencia de satisfacción (digamos que puede ser la textura del pezón de la madre, la piel, el olor, algo que se ha perdido y por lo tanto metonímico), se lo considera el "objeto causa del deseo". El Objeto a es lo que permite investir a un otro objeto de un valor extra, que está más allá de su función y por lo tanto representa otra cosa que la que realmente es. Un zapato puede ser investido con el valor de “fetiche”, reemplazante de la visión de los genitales femeninos, en la ilusoria visión del niño masculino que se horroriza ante la amenaza de perder sus propios genitales y baja su vista y ve zapato. Idea que anteriormente fantaseo culposo por sus deseos edípicos. La falta en términos de Freud, ergo deja de ser un objeto que fue creado para aliviar el contacto del pie con el suelo, y se ha transformado en un objeto que genera excitación sexual, porque en la asociación simbólica que le da el sujeto, representa otra cosa más que lo que el zapato es. Digamos que como en la pintura de Magritte “Esto no es una pipa”, porque es una pintura de una pipa. El zapato por mas zapato que sea no es solamente un zapato, ya que está investido de un valor extra, que proviene del valor erótico que el sujeto le otorga en tanto fetiche.
Digamos que este Objeto a, es decir el primero de la cuenta es el objeto original fundante del deseo, que como tal está perdido y solo en la metonimia podemos fantasear el reencuentro. Digamos que el Objeto a fundante está perdido para el sujeto y la forma de tenerlo es invistiendo a otro objeto con su valor y enamorándonos de ese Objeto n, que no es el Objeto a pero que, por un momento y solo por un momento, en tanto reminiscencia el deseo deriva de a a n.
Un día un señor publicista descubrió el concepto, antes o después de Lacan o antes o después de Freud, importa poco, pero le dio al “Mercado” su investidura de “Dios”. Entonces el Dios Mercado manda porque el objeto n me promete una completud de placer que se cae en el momento que lo tengo, ya que no es a y en el momento de la caída de la ilusión, se renueva en otro objeto que deberé comprar para sentirme satisfecho y a la vez para no sentirme satisfecho, porque detrás de la promesa de a es n, es decir que hay otro objeto que me promete mayor satisfacción y así.
Ahora digamos que me gusta mucho sentir la velocidad y subirme al auto y andar a la mayor velocidad que mi auto y mi miedo me permitan. Ergo salgo a la ruta lo pongo a 170 km por hora y vuelvo a casa feliz, me siento dichoso con mi auto, soy consciente que mañana volveré a ponerlo a 170, que es mi límite de miedo, de mi respeto y de límite de mi adrenalina. Eso es placer. Digamos que tenemos sexo con la mujer que deseo, luego descanso y luego tengo ganas de volver a que tengamos sexo con la mujer que deseo. Podría definir estas acciones como la consecución de placer. Es decir, claramente en la medida que hay límite, me suscribo en la consecución del placer.
Ahora bien, el mercado me dice que hay autos mejores que el mío que me dan mayor seguridad y me ofrece placer a 200 Km/h, y cuando llego a obtenerlo, hay otro que me ofrece placer a 230, 250, 300, y así. Y como un cocainómano dejo de ir a buscar el placer y ya busco algo más que podríamos llamarlo en términos de Lacan goce. Donde goce significa eso que está más allá del placer y que está sobrecargado de pulsión de muerte. Es decir que más allá del placer esta la muerte como bien lo señalaba Freud y en la búsqueda del placer que da la velocidad me encontré con el goce que da la velocidad y termine estrellado contra un paredón luego de alcanzar el sueño de la Testarossa a 350 km/h.
Ahora bien, que tiene que ver Don Marx con Don Freud-Lacan. En el seminario de Lacan “de un Otro al otro (1968 – 1969), Lacan define el concepto de plus de goce.
De un Otro al otro, Seminario puntual por sus referencias lógicas que le permiten dar cuenta de la inconsistencia del Otro, hasta llegar a decir, en un futuro anterior, el Otro no existe. Sin embargo: “Se sigue siendo prisionero del gran Otro (Inconsciente - Ello), más abiertamente en la medida en que ello lo mantiene a uno en una determinada manera de existencia. “De un otro al Otro”. Vale decir del otro imaginario al Otro simbólico. (En lugar de “del Otro al objeto a”). Una insistente primacía del simbólico sobre el imaginario.
Se la difícil lectura que esto nos conlleva. Pero si nos detenemos un poco en esto, nos permitirá entender como a partir de la búsqueda del goce, aliado con la primacía del Dios Mercado, terminamos comprando promesas más allá del placer posible que nos da el objeto de deseo.
El plus-de-goce es función de la renuncia al goce por efecto del discurso. Esto es lo que da su lugar al objeto a. En razón de que el mercado define como mercancía cualquier objeto del trabajo humano, sea el que fuere, este objeto lleva en sí algo de la plusvalía.
El plus-de-goce es, de este modo, lo que permite aislar la función del objeto a.
Entonces Plus de goce es el concepto limite y ético, con el mismo sentido de la Plusvalía Marxista que pone limite desde lo discursivo al goce del capital.
Refiriéndose a la labor del psicoanalista, Lacan afirma: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.” Entender la subjetividad de nuestra época es un enorme desafío al que no podemos, como psicoanalistas, correr el cuerpo.
Las puertas de entrada en este tema son muchas, solo basta una rápida mirada a los sucesos que nos rodean como sociedad, pero ¿cuál es el vestíbulo de entrada de todas esas puertas? Una posible respuesta la encontramos en el imperativo actual “¡Goza!”. No se trata de la ley habilitadora y vital, sino de una exigencia, la exigencia de gozar que es planteada por el neoliberalismo en términos del triunfo de lo mortífero, de un más allá que arrasa. Somos testigos de una sociedad que ha mutado en una “sociedad permisiva”, que instala el slogan de “puedes gozar como quieras” (incluso matando o matándote…) al precio de convertir el permiso en un imperativo, en un “deber ser”. Allí el sujeto deseante no tiene lugar, y el psicoanalista deberá trabajar desde la pulsión de vida, desde el amor, para hacer de ese sujeto de goce, un sujeto deseante.
Finalmente en estos tiempos más que en otros debemos intervenir sobre el campo social, si nos entendemos en nuestra función de psicoanalistas. Lo advirtió ya hace muchos años Fernando Ulloa y hoy Jorge Alemán nos muestra como el neoliberalismo ha generado una nueva subjetividad. Esa del individuo aislado, emprendedor, arrasador, el cual cumple la orden de “Goza!!”, sobre los demás, a pesar de los demás, el triunfo es de los transcendentes. Debes ir por más, y más, y más, hasta tenerlo todo, sin límites, sin ética y sin placer.
Al decir de Jorge Alemán: “El neoliberalismo no es sólo una ideología que defienda la retirada del Estado, su desmantelamiento a favor del mercado, o un dejar hacer a la “mano invisible” del capitalismo financiero. Tal como ya lo ha demostrado Michel Foucault, en “El nacimiento de la biopolítica”, el neoliberalismo, es una construcción positiva, que se apropia no sólo del orden del Estado, sino que es un permanente productor de reglas institucionales, jurídicas y normativas, que dan forma a un nuevo tipo de “racionalidad” dominante. Esta racionalidad actualmente se ha adueñado de todo el tejido institucional, en la consumación final de su estrategia de dominación. El neoliberalismo no es sólo una máquina destructora de reglas, si bien socava los lazos sociales, a su vez su racionalidad se propone organizar una nueva relación entre los gobernantes y los gobernados, según el principio universal de la competencia y la maximización del rendimiento extendida a todas la esferas públicas, reordenándolas y atravesándolas con nuevos dispositivos de control y evaluación: como insistió Foucault, explicando la génesis del neoliberalismo, es la propia población la que pasa a ser objeto del saber y el poder”.
Las técnicas de gobernación propias del neoliberalismo tienen como propósito, producir un nuevo tipo de subjetividad. El sujeto neoliberal se homogeneiza, se unifica como sujeto “emprendedor”, entregado al máximo rendimiento y competencia, como un empresario de sí mismo. El sujeto neoliberal, vive permanentemente en relación con lo que lo excede, el rendimiento y la competencia ilimitada. El neoliberalismo se propone como la racionalidad actual del capitalismo. Pensemos en lo planteado por Lacan en el Discurso Capitalista, donde el sujeto ya sólo está condicionado por la “plusvalía” de goce. El fin último del neoliberalismo es la producción de un sujeto nuevo, un sujeto íntegramente homogeneizado a una lógica empresarial y competitiva, excedida todo el tiempo por su performance. Sin la distancia simbólica que permita la elaboración política de su lugar en los dispositivos que amaestran su cuerpo y su subjetividad.
Ahora bien, esto es una mera introducción del devenir histórico de la humanidad, vivimos en la primacía del imperio, como bien lo define Tony Negri en sus obras “Imperio” y “Multitud”. El neoliberalismo es la forma más perversa del capitalismo. El neoliberalismo arrasó desde su transgresión perversa con lo estatuido y como es fina la división entre Eros y Thanatos, el triunfo de la muerte cala entre nosotros. La pregunta es: ¿Hay que restituir el valor de las instituciones como la justicia o la familia, desbordadas por su propia ineficiencia o construir desde otra transgresión otro tipo de valores, al estilo de Marx o Freud?
Ahí nuestro reto como sociedad. Todos los imperios caen por su propia perversión, por su podredumbre interna. Quizás la pandemia sea el gatillo de cambio hacia una sociedad más igualitaria, quizás el Hombre Nuevo; bella creación de otro transgresor como Ernesto Guevara; imponga el “Homo solidarius”, que se levante inmanente sobre los restos de los transcendentes y el neoliberalismo sea en su podredumbre la génesis de una humanidad, más humana. Donde la banalidad del mal, sea solo un mal recuerdo de un antaño ser. El amor vence al odio, esperemos el triunfo de la pulsión de vida sobre la pulsión de muerte. Debemos como sociedad instaurar una nueva ética, donde se vea el triunfo del placer sobre el goce. La idea es recuperar el límite, como marca. Aun nos cuesta el “Nunca más”, alguien dijo Nunca Más al Neoliberalismo.
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