Dia del Escritorx

13 de Junio de 2021

Escribir

Hacia una escritura activa y política. 

Homenaje. Máquina de escribir modificada - Leopoldo Maler, 1974/2011

/ Por Victoria Morales - Poeta y Gestora Cultural

 

Escribir.

No puedo.

Nadie puede.

Hay que decirlo: no se puede.

Y se escribe.

Marguerite Duras

 

La escritora argentina Hebe Uhart respondió en una entrevista, cuando le preguntaron qué es escribir, que la escritura es una especie de rara artesanía, en la que se plantean los problemas que se dan en cualquier tarea artesanal: hay dudas, dificultades, preguntas, cuestiones resueltas, momentos de aridez, momentos de mucha producción y momentos de escasez. Respecto a la producción literaria, decía que si quien escribe logra conectarse consigo mismo, aprende a desdoblarse de alguna manera y eso le facilitará el oficio. Hacía referencia a que en la propia experiencia y en el conocimiento de las emociones quien escribe puede mostrar, a través de ese desdoblamiento que mencionaba antes, las distintas facetas que orbitan cada emoción y los posibles escenarios o particularidades (en el caso de los personajes literarios o de un yo poético). Contaba que, por ejemplo, el ruso Antón Chéjov escribió que era muy enamoradizo a los 13 años, pero después decía que de una persona se enamoraba por su vestido rosado, de otra porque tocaba el piano con dos dedos, de otra por la forma de la nariz, y así.

Podríamos pensar entonces, que la virtud en la escritura se halla en la capacidad de encontrar ese pliegue que muestra las cualidades que tiene la propia versión de cada emoción. A su vez, Hebe mencionaba, respecto al conocimiento de uno mismo, que para este oficio no basta con sentir la emoción sino que es necesario saber distanciarse de ella, mirarla de lejos para poder bajarla al lenguaje. De lo contrario, no sería un escritor sino que sería la emoción quién escribe. “Es necesario tener un cable a tierra”, decía. 

Destacaba que hace falta tener una cuota de honestidad para con uno mismo. Cada persona tiene sus limitaciones e intereses reales. Un escritor no puede abarcarlo todo, debe saber buscar y explorar hasta encontrar y sincerarse con los temas de los que tiene algo para decir. Y una vez que encuentra ese interés, toca saber defenderlo, defender la propia veta, la propia verdad. 

 

LOS BORRADORES

 

Trabajo con las palabras 

con la misma atención

y el mismo temor

con que cruzo este arroyo.

Inés Kreplak

 

Quienes ejercemos el oficio de la escritura, ya sea desde un lugar académico, profesional o por la pura necesidad de experimentar el arte de la escritura creativa, comenzamos leyendo. Nos enfrentamos continuamente ante obras terminadas y miramos nuestra hoja en blanco con la sensación de estar frente a un precipicio.

Lo que olvidamos, a veces, es considerar que esas obras nacieron de una hoja en blanco, es decir, de primeras versiones que probablemente hayan sido mutiladas o rotas como papel picado para luego armar un collage que devino en obra acabada y publicada. La idea de la obra pudo haber permanecido estancada durante días en la cabeza, quizás hubo un día en que “bajó la luz de la inspiración” y se transformó en texto. Al día siguiente pudo no haber querido decir lo que el escritor quería decir y se reescribió por completo o peor aún, una mancha de vino borró una serie de palabras que jamás pudieron recuperarse y así, a fuerza de relectura, reescritura y sudor se formó la obra. 

Una hoja en blanco puede sentirse como tener las manos vacías, sin embargo, es tener las manos llenas de sentidos. En el momento justo en que se nombra la cosa, se la aniquila, porque eso hace el lenguaje, recorta lo que pensamos para que quepa en palabras. Estos son los tiempos que plantea la escritura: observación, emoción, pensamiento, acción, despojo, edición y validación; validación de los tiempos, de los procesos.

La escritura desnuda puede resultar terrible, pero revela la veracidad y la belleza de lo que en esas primeras versiones se va trazando: la construcción de una obra. 

Esto no es una pintura. Es poesía - Jaime Higa, 1984

LA REVOLUCIÓN DEL CONTENIDO

 

Escapé de los tigres

alimenté a las chinches

comido vivo fui

por las mediocridades.

Bertolt Brecht

 

El filósofo francés Roland Barthes escribió que la irrupción del lector, es decir, la capacidad de reinterpretar los textos, ocasionan lo que él llamaba “la muerte del autor”. Decía que todas las formas de comunicación son artificiales: funcionan dentro de una estructura, que funciona sólo porque vivimos en sociedad, establecemos normas de acción ante determinadas circunstancias, y que los signos son arbitrarios e inmotivados.

El lenguaje no es un medio neutral de comunicación. Por ejemplo, en la literatura, su significado no es para todos igual ni tan claro, el mensaje tampoco lo es. La claridad de un texto literario no puede ser considerada una virtud. 

Barthes destacó tres elementos que definen a un escritor: la lengua (aquí no hay compromiso, simplemente es un código compartido con otros), el estilo (formas de la expresión personal que están en la biografía del autor aunque puede renunciarse a ello) y la escritura (cómo se usa la palabra y qué sentidos genera en el lector, aquí está el verdadero compromiso y elección).

Entonces surge de nuevo el concepto “muerte del autor”, porque dado que no es estrictamente necesario intentar comprender qué quiso decir el autor o qué circunstancias lo atravesaban, es aquí donde nace el lector y, por ende, su propia interpretación de la obra. El lector extrae los sentidos del texto, incluso puede hacer una reinterpretación en cada leída, pues su subjetividad puede variar. En este sentido, Barthes sostenía que la libertad del lector es lo que da vida a un texto. Consideraba que el texto literario no debe ser una imposición de un discurso sino que debe dar lugar a posibles desacuerdos.

Entonces surge una pregunta: ¿debemos escribir pensando en quién nos lee?, ¿decir lo que el mundo espera oír? Y aquí yo planteo la necesidad de revolución del contenido. No como un mero capricho intelectual sino como una forma de contribuir, desde la escritura, a la deconstrucción y posterior construcción de una sociedad más cómoda y más libre. No me refiero al “cómodo” de quedarse en la zona de confort, sino justamente lo contrario, a una comodidad a la que sólo puede accederse cuando se dan las condiciones para que el espacio que habitamos sea más libre, una comodidad para transitar la incomodidad y discutirla. Y en lo que refiero el término “libertad”, hablo de la libertad de construcción de sentidos que se pueden dar en relación a un texto, a animarnos a ejercer esa libertad con responsabilidad. Ya que aquí está el sentido de la escritura (según Barthes), no en la intención del autor sino en el despojo del mismo y en la lectura activa de quienes puedan acceder a esa obra. Y no hablo de los críticos, hablo de cualquier lector, hablo de que en cada leída puede nacer un nuevo sentido del texto. 


 


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