GÉNERO

09 de Agosto de 2021

Canas pandémicas: Repensando mandatos

El ideal de belleza hegemónico nos hace sentir inadecuados a todos pero principalmente a las mujeres. No tener el cuerpo ideal, no ejercitar lo suficiente o tener el descaro de mostrar el paso del tiempo en nuestro rostro y cabello, son solo algunas de las faltas que sentimos cometer frente a la norma. A las mujeres se nos ha impuesto el valor de la belleza como medida del éxito y la felicidad desde el momento en que nacemos. ¿Pero qué pasa cuando la mirada del otro no está ahí para juzgarnos? ¿Alguna vez te preguntaste cuántas de las prácticas estéticas cotidianas te fueron impuestas o las haces por placer personal? Te invito a repensar algunos de los mandatos que nos han sido impuestos y seguimos reproduciendo día a día.

/Por Lic. Constanza Garbocci

Históricamente, las feminidades hemos sido caracterizadas a través del campo de lo corporal como “necesariamente bellas”. Si no fuimos tocadas por esa varita mágica del ideal hegemónico debemos, por obligación, alterar nuestro cuerpo por medio de prácticas estéticas y productos de consumo para tal fin. O, por el contrario, sabernos constantemente ajenas a esa expectativa impuesta cultural y socialmente.

Arthur Schopenhauer, máximo exponente del pesimismo filosófico, en una oportunidad afirmó: “… la juventud sin belleza tiene siempre atractivo, pero ya no lo tiene tanto la hermosura sin juventud” (1991:264). Si, leíste bien. Lo dijo. ¿Pero no somos nosotras también las que reproducimos esa idea al tener pánico frente a las primeras arrugas, el cumplir años o la urgencia de tapar nuestras canas?

Tras muchos meses de aislamiento social, cientos de mujeres comenzaron a mostrarse en medios con aquella cabellera que muchas de nuestras abuelas aún quieren seguir ocultando. Famosas internacionales y nacionales como Andie MacDowell -modelo y actriz, cara de una reconocida marca de tintura-, Gwyneth Paltrow, Cecilia Dopazo o Carla Conte, son solo algunas de las mujeres que durante la pandemia comenzaron a mostrar abiertamente su cabello al natural. Sus testimonios en redes y programas televisivos han resaltado cuanto ayudó, a dar comienzo al proceso de crecimiento de sus canas, la posibilidad de quedarse en casa y transitarlo sin la presión social e incluso laboral que durante años las hizo mantener oculto aquello que hoy dice liberarlas. Decidir sobre su propio color de pelo. Algo tan simple pero que se muestra como una forma de rebeldía frente a los estereotipos impuestos sobre nosotras. 

De izq. a dcha. actrices Cecilia Dopazo y Carla Conte

Esta idea comúnmente asociada a la coquetería femenina tiene varias aristas para repensar. En una escena de Mujercitas (2019), de la directora Greta Gerwig, el personaje de Amy March discute con Laurie la posibilidad de casarse con un pretendiente de mucho dinero, no por amor sino como un acuerdo económico. Esto refleja la posición de las mujeres de aquella época, donde la sujeción al mandato de la belleza tenía el fin de satisfacer el deseo de un otro, un posible marido, un hombre con poder - en el caso de Amy, con dinero- que pudiera torcer el destino de esa mujer. Y así, transferirle de alguna forma parte de ese poder. Esto es diferente en la actualidad. Hoy, la belleza también se relaciona con el posicionamiento jerárquico propio de cada mujer en vínculo con la aceptación o respeto social. Pero pensemos en esto: ¿no es extraño que el no cumplir con esos criterios hegemónicos, todavía nos retrotraigan a la idea de ser menos aceptada por un otro?

A los 14 años aparecieron mis primeras canas y con ellas el miedo a "parecer vieja". La representación de la vejez en los medios de comunicación forma parte de la conciencia de los jóvenes, generando un imaginario donde la edad es sinónimo de devaluación y rechazo. El cual, solo puede ser evitado llevando a cabo una serie de estrategias individuales de modificación corporal -con productos, ejercicios o cirugías-. Siguiendo esta lógica, la pérdida de melanina en el cabello trae aparejado una gran carga simbólica para las mujeres. Este es uno de los indicios que se encuentra intrínsecamente asociado a la vejez y por el cual, muchas gastan un gran porcentaje de sus ingresos en intentos por cumplimentar patrones de belleza que exigen la juventud eterna. 

Es importante resaltar que el mandato de los cuerpos perfectos llega a todas las personas sin importar su género. El ideal de músculos marcados, eficientes, joviales, bellos y saludables son características que suelen entenderse como parte de un mismo paquete. Las cuales, de todas formas, no pesan de la misma manera para los cuerpos feminizados. Ciertos autores refieren a esto como el doble estándar del envejecimiento. Vivimos en una sociedad en la que se reconoce el atractivo de los hombres en dos periodos de sus vidas la juventud y del hombre maduro y distinguido. En cambio para nosotras solo se valora el atractivo durante la juventud. Esto corrobora el imperativo social de que las canas embellecen y hacen interesante a un hombre, como George Clooney, pero envejecen y dan imagen de dejadez en las mujeres. Es así como lo malo de las arrugas y las canas parecen ser patrimonio exclusivo de las mujeres y deben ser evitadas a toda costa. Algo difícil de entender si pensamos que el envejecimiento es un proceso natural de todos los seres que habitamos sobre la faz de la tierra.

Científicamente, el envejecer es un proceso irreversible, universal e individual de cambio que involucra todas las dimensiones del ser humano (física, psicológica y social). Este es el mismo proceso que nos permite la suma de experiencias y conocimientos que jamás podríamos obtener si no fuera gracias al tiempo vivido. Es hora de que todos dejemos atrás los prejuicios, repensemos nuestras acciones y concepciones en torno a imposiciones establecidas, para así romper con los mandatos que nos limitan. Dejemos que cada ser humano viva su corporalidad de la manera que desee, expresando su sabiduría, su belleza y su edad de la manera que más lo prefiera.  

 


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