A 20 años

20 de Diciembre de 2021

El estallido a través de los ojos de los y las hijas del 2001

La crisis social y política del 2001 fue un hecho histórico para el país que marcó a fuego a una generación. Del "que se vayan todos" a cinco presidentes en once días. Una crónica en primera persona que repasa la crudeza de aquellos días de diciembre.

/ Por Clivia Ricle - Prof. de Biología

Era diciembre del 2001, tenía diez años y estaba terminando quinto grado en la escuela del barrio. Ese año había pasado varias semanas sin ir a la escuela debido a las medidas de fuerza tomadas por los docentes frente a la crisis económica. Mi mamá me mandaba a la biblioteca del barrio a leer y hacer actividades de los manuales de 5to año para que no me atrasara con los contenidos. Allí leí por primera vez los libros de Harry Potter, los cuales mi familia no me podía comprar. No se podían permitir ese gasto. 

La desocupación y la pobreza había alcanzado puntos récord, la situación económica en Argentina era asfixiante. Tan asfixiante era la situación que las reservas del Banco Central comenzaron a caer. Por aquel entonces el presidente era Fernando De la Rúa, un señor que llegó a la presidencia diciendo que el hecho de no manejar Ferraris no lo hacía aburrido. Un señor que llegó a la presidencia prometiendo alegría para su pueblo. Ay! Me parece que se parece al discurso de otro ex presidente. 

Frente al estanque económico De la Rúa le pidió prestado dinero al Fondo Monetario Internacional, al FMI, pero ante la fuga de capitales el FMI decidió suspender sus desembolsos. Ahí fue cuando se empezó a prender la mecha. Era una mecha larga, tan larga que nadie pudo distinguir que se conectaba directo a una bomba. Una bomba que había sido construida en los años 90.

Cinco de diciembre, hacía calor y mi papá ponía el turbo en la ventana para que refrescara más rápido. Mis padres tomaban mate en la mesa ovalada del comedor mientras en el viejo televisor Telefunken miraban las noticias de Telenoche. En el noticiero mostraban las largas colas en los bancos para sacar los 250 pesos permitidos semanalmente a raíz del “corralito”.

El “Corralito” comenzó a regir el tres de diciembre, fue una medida económica tomada por el ex ministro de Economía Domingo Cavallo.  Según él esta medida iba a evitar la devaluación de la moneda.

Las personas no bancarizadas se empezaban a ver afectadas por esta medida, lo mismo los ahorristas.  Los comercios ya notaban las bajas en las ventas a raíz de la falta de circulación del dinero en efectivo. Mientras el malestar social iba en aumento y la gente no tenía acceso a su dinero, la fuga de capitales era imparable.

Días después Cavallo se reúne con el FMI y comienzan a aplicarse las recetas del fondo. Más recorte en gasto público, lo cual incluía el pago del aguinaldo en tres veces o la falta de pago a los jubilados. Todo para que el FMI desembolse el dinero.

Las últimas noches de la calurosa primavera frente al televisor parecían todas iguales, ya que había protestas sociales todos los días en diversos puntos del país. Todos los días pasaban imágenes de alguna protesta contra el gobierno. 

Entre el 14 y 15 de diciembre las noticias fueron distintas, hablaban de paro de trenes y escuchaba a mi mamá hablando con mis tíos por teléfono que le contaban las peripecias que tuvieron que hacer para llegar a sus hogares debido al paro de ferroviarios. Los periodistas también mencionaban heridos de bala tras las protestas en Neuquén y por primera vez escuche sobre los saqueos a supermercados. En Mendoza y en Rosario se habían dado varios saqueos.

Entre el 15 y el 16 de diciembre se dan más saqueos en otras provincias como en Entre Ríos y en zona sur una cadena de supermercado acuerda con 500 personas no ser saqueado si la cadena entregaba alimentos. Este tipo de acuerdos entre personas y supermercado se repetirá en varias ocasiones.

En casa escuchaba a mis padres hablar sobre no poder pasar la navidad en la casa de mi abuela debido a los incidentes en toda la zona sur del conurbano. Entre ellos comentaban que lo mejor sería no viajar. 

Se aproximaba el cumpleaños de mi hermano y en casa ya no había efectivo. Mi papá se fue a Zarate a lo de unos prestamistas a buscar algo de dinero para poder comprar la torta y las gaseosas del cumpleaños. Quiso ir con tiempo para ya tener todo comprado y preparado para el 21 de diciembre, así que el 19 de diciembre se tomó el 228 en la esquina de casa rumbo a Zarate.

Con mis hermanos nos quedamos en casa y jugamos en el patio mientras mi mamá preparaba los souvenirs para el cumple del más chico. Se la veía preocupada, le pregunté si pasaba algo y me dijo que no sabía si alguien iba a ir al cumple. No entendía por qué no irían. 

Mientras tanto, ese día en la otra punta de Campana, Antonela cumplía 11 años. Ella estaba sentada frente a una mesa larga mirando el reloj, eran las 13 horas y los invitados aún no llegaban. La mesa estaba preparada con vasos de plástico sobre un mantel blanco, los globos decoraban la casa y los chicitos se alternaban con las papitas en la mesa. Todo listo para que sus compañeros de la escuela pasaran la tarde de festejo. Como hacía mucho calor la mamá de Antonela hasta tenía preparado helado para los invitados. 

Se hicieron las dos de la tarde y no llegaba nadie al cumpleaños. Las tres y Antonela rompió en llanto, entre lágrimas le preguntó a su madre por qué no llegaba nadie a su cumple. Su mamá le explicó que no iba a llegar nadie porque “había lío en la calle” y Antonela le retrucó “¿Qué importa si hay lío en la calle si vamos a estar dentro de casa? ¿Qué lío hay en la calle?”

Nicolas tenía 15 años y esa tarde salió a andar en bicicleta con su tío como todas las tardes, el sol de diciembre quemaba como quemarían en la memoria las imágenes con las que se encontraría. Nicolas vivía en el barrio Villanueva, pedaleando llegó hasta el mayorista “Yaguar” y allí vio como más de cien personas habían roto las puertas del mayorista y se llevaban los bultos de comida. Impactados por la imagen siguieron pedaleando para ver si en otros lugares estaba pasando lo mismo. Llegaron al centro de la ciudad y se encontraron con la estación de servicio “Esso” cerrada con sus empleados atrincherados dispuestos a defenderla.

Algunos de esos paquetones de fideos o los fiambres por kilo fueron llevados al almacén de los abuelos de Paula para ser revendidos. Ella con su hermano miraban por la tele como había estallado la bomba, saqueos a supermercados en todo el país, protestas sociales y represión. En su casa tenían miedo de ese fantasma con botas que cada tanto deambula por la Argentina. Pero también tenían miedo de que saquearan el almacén de los abuelos, por suerte eso no ocurrió sólo intentaron venderle el jamón saqueado.

Eran cerca de las cinco de la tarde y Santiago jugaba al vóley en un club cerca de su casa en Matheu, él tenia 12 años. La pelota iba de un lado al otro de la red hasta que el profesor paro el juego y los envió a todos a su casa, ya que se rumoreaba que iban a saquear el mercado que estaba allí cerca. Santiago se volvió y a través de la tele vio como en varios puntos del país la policía reprimía a todo aquel que se acercaba a algún comercio.

Las horas pasaban y mi papá no volvía de Zárate. En esa época no había celulares así que solo quedaba esperar. El teléfono de casa no paraba de sonar, a veces llamaba mi abuela, otras veces mi tío. La escuchaba preocupada a mi mamá. 

Luego de varias horas mi papá llegó, se demoró por los cortes en las rutas. El teléfono volvió a sonar y era mi tío preguntando por mi papá. Él le dijo que no se preocupara que había llegado bien, pero la preocupación de mi tío no era que le haya pasado algo a mi papá, sino que él esté metido en las protestas o en los saqueos y quedara filmado o fotografiado. La preocupación de mi tío era que nuestro apellido apareciera en los diarios junto a la lista de detenidos por salir a la calle. Supongo que estos últimos años no se debe haber tomado a bien el hecho de mi participación en diversas movilizaciones. 

La noche cayó sobre la Argentina convulsionada y herida de bala.  Se anunció el estado de sitio y yo no tenía idea de que era eso. Pero por las caras de mis padres tenía la intuición de que no era algo bueno.  En casa siempre se habló de la última dictadura – cívico- clerical- militar del 76 y esa noche los recuerdos de aquella época no paraban de pasar por la mente de mis padres, se leía en sus semblantes.

En la casa de Estefanía también se hablaba de la dictadura y el ruido de las ambulancias y los disparos en la calle transportó a su familia a aquel oscuro tiempo.

En la tele se escuchaba una canción que sonó todo el día, el “cacerolazo”, cambiabas de canal y ahí estaba el sonido de las cucharas contra las ollas vacías, tan vacías como las panzas de miles de niños de mi edad. Cada tanto se escuchaban las grabaciones de los estruendos, de los disparos en Plaza de Mayo que tiñeron sus baldosas de rojo. 

En la tele se veía a la policía montada golpear a las abuelas en la plaza, solo había tristeza en la tele. En un momento un ruido me distrajo y mire por la ventana, se escuchaban corridas y las rueditas de un carro de supermercado en el asfalto. Era una persona corriendo con el carro lleno de mercadería. Mi mamá me pegó un grito y me prohibió asomarme por la ventana. 

Cerraron todo.

Algunos decían que la gente se movilizaba porque les pagaba algún partido político pero en realidad lo que movilizaba a la gente era el hambre.

Al otro día se escuchaba en la tele el sonido de las protestas y el canto de un lema “que se vayan todos”. Se fue De la Rúa en helicóptero. La incertidumbre se palpaba en el aire. 

Con mi mamá estábamos tendiendo la ropa y le preguntaba por qué no podíamos salir a la calle y qué pasaba si no había un presidente. Ella me contó de lo importante de andar con DNI en la calle y que nos podían llevar presas si andábamos de noche. También me dijo que la Argentina en ese momento estaba en “anarquía”. A partir de allí me empecé a interesar sobre la idea de vivir sin gobierno. Sin nadie que mande a reprimir o genere hambre en el pueblo.

Las fuerzas de seguridad habían dejado un saldo de 39 muertos tras la revuelta popular y cientos de heridos. Una de esas personas hace unos años me contó cómo la policía le fracturó su brazo y aún esperaba justicia. 

Al cumpleaños de mi hermano no fue nadie y los souvenirs que mi mamá había hecho quedaron guardados. Al día siguiente me despertaron temprano y me dijeron que arme rápido la mochila. Nos íbamos todos de mi abuela, salvo mi papá que se quedaba a cuidar la casa porque estaba el rumor de que iban a entrar saquear las viviendas.

Viajamos en tren, cuando llegamos a Constitución vi varios chicos de mi edad pidiendo algo para comer o vendiendo estampitas. En zona norte Jonatan de diez años veía la misma imagen en la estación de Tigre. Él no entendía porque había chicos buscando comida en la basura y en cambio él junto a sus hermanos podía pasar la tarde jugando a la pelota en el patio.

Al llegar a la casa de mi abuela me encontré con una escena casi de película. Habían puesto los roperos en las ventanas para que nadie entrara por la noche y sobre la mesa de vidrio del comedor, entre los adornos de cerámica, había un cuenco con balas de goma. El hermano de mi abuela le había conseguido una escopeta con balas de goma para espantar a quien quiera entrar. El miedo social se respiraba en cada bocanada de aire.

El 24 a la noche llego mi papá, había pasado esos días ingeniándosela para bloquear ventanas y puertas, para así poder viajar a pasar navidad con nosotros. Ese día festejamos el cumple de mi hermano y navidad. A la noche me desperté escuchando estruendos, mi mamá decía que no podíamos prender la luz pero que esté tranquila que solo eran cohetes. No eran cohetes, se escuchaban como los estruendos de la tele. Esa noche aprendí a identificar el ruido de un cohete del ruido de un disparo. Nunca supe que pasó esa noche cerca de lo de mi abuela, pero no me olvido más el miedo.

Duhalde había quedado como presidente luego de que cuatro mandatarios anteriores renunciaran al puesto que habían sido designados. Nadie quería sostener en las manos la bola incandescente de fuego que era el país. Cinco presidentes en once días.

Una vez con un presidente al mando daba la sensación de que todo mejoraría, pero no. Nuestros padres perdieron el trabajo. En algunos hogares había comida, pero en otros las heladeras estaban de adorno y enchufadas solo para que el motor no se estropeara.

En Entre Ríos un niño de menos de diez años tuvo que aprender a cazar junto a su padre para poder llevar algo de comida a la mesa. Otros tuvimos que ir a comedores comunitarios y algunos se la rebuscaban en “el trueque” pero llegó un momento que solo había para intercambiar carcasas de pollo y alguna que otra verdura.

Nacieron las cuasi monedas que no eran intercambiables como los lecops o los patacones, muchas familias tenían que deambular entre un almacén y otro para ver cual les aceptaba abonar con esos intentos de monedas.

De no haber sido por la solidaridad y el apoyo mutuo entre las personas por aquel entonces muchos no habrían sobrevivido al hambre o habrían terminado viviendo en la calle. 

Miles de argentinos y argentinas quedaron hundidos por las recetas económicas que veinte años después quieren volver a aplicar. Nombres como el de Cavallo hoy vuelven a escucharse por parte de algunos sectores que parece haber tenido amnesia. Así como también volvemos a escuchar hablar del FMI.

Veinte años después resuenan las escopetas en el sur y arde el fuego en la casa de gobierno de aquella provincia. Si bien la problemática es otra, esos escopetazos en el sur nos recuerdan el triste aniversario. Veinte años después los hijos del 2001 nos frustramos al ver repetirse la historia otra vez. Pero aún así paseamos por las calles intentando crear un futuro mejor.





 


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