GÉNERO

09 de Mayo de 2020

Ley de Identidad de Género: Buena vida y poca vergüenza

/ Por Sofía Lamarca 

 

Hoy se cumplen ocho años de la sanción de Ley de Identidad de Género. Las fotos de ese día son altamente conmovedoras: en principio, una fiesta colectiva ocupando el espacio todo, tomando la calle y poniendo en primer plano a esas subjetividades antes negadas que ese 9 de mayo gritaban victoria. Una celebración tal que en este contexto de aislamiento parece imposible, con la distancia borrada por un abrazo generalizado y el placer del roce de los cuerpos en lucha. La documentación fotográfica está plagada de nombres leyenda, de historias contadas entre nosotras para hablar de todo lo que podemos ser capaces. La tristeza también se nos vuelve inevitable. “Tengo un cementerio en la cabeza” repite Marlene Wayar, y no hay una manera más certera de explicar el caracter de sobreviviente de quienes ahí estaban, con sus propias ausencias y sus propias faltas. ¿Cómo no soltar una lágrima con las sonrisas de Lohana Berkins y Diana Sacayán? Cómo no extrañarlas, cuando nos hacen tanta falta en nuestros encuentros, en nuestros debates, en nuestro feminismo. Cada aniversario de esta ley nos acerca a una ciudadanía más justa, más plena. Cada nuevo DNI, con un nombre amado, elegido y propio es una demostración de justicia. Cada persona trans terminando el secundario es una demostración de justica. Cada aniversario es la memoria viva de haberle ganado al odio. 

La ley se aprobó gracias al enorme colectivo travesti-trans, con su heterogeneidad y diversidad de demandas, junto con el movimiento feminista en su amplitud, el colectivo lgbt+ y militantes por los derechos humanos. Los enemigos, si se me permite la expresión, son siempre los mismos. Literalmente los mismos. Basta leer las intervenciones de los legisladores que votaron en contra para reconocer y distinguir una apuesta fuerte por el retroceso de derechos ya conquistados por la luchapopular. Las mismas voces opositoras resuenan en el debate del 2018 por la Ley de interrupción voluntaria del embarazo, aunque con una cuota más de legitimidad por la falta de voluntad política desde el oficialismo, y una tendencia a la derecha heteropatriarcal del gobierno 2015-2019. Las intervenciones sexistas, misóginas y antiderechos tienen una porción más del espacio, pero también heredamos y aprendimos de las militantes de entonces herramientas conceptuales, vitales, teóricas y políticas. La tradición de resistencia latinoamericana en general y argentina en particular nos reclama que no demos ni un paso atrás. Ni un paso atrás es defender el derecho a la vida vivible, digna y deseable para las personas travestis y trans como un derecho humano fundamental, independientemente de los nombres que gobiernen. Ni un paso atrás es la lucha por la felicidad de las infancias trans, reclamando de manera constante el respeto por la identidad, por los deseos y por las decisiones de lxs niñxs.  Ni un paso atrás es, también, reconocer lo que falta. Las voces de las existencias travestis trans demandan de manera constante condiciones materiales y afectivas para hacer posible su vida, tales como el cupo laboral trans y el derecho a la educación secundaria y universitaria. 

Falta, también, la interpelación de las personas cis de su propio lugar de enunciación. Tenemos que hacernos preguntas sobre el estado de las cosas. ¿Hay personas trans en tus lugares de trabajo? ¿Hay personas trans donde estudiás? ¿Hay personas trans dando clases en tu facultad? ¿Hay personas trans en los centros de salud? ¿Leés a personas trans? ¿Te gusta una persona trans? Las personas trans escriben, necesitan trabajar, quieren estudiar, disfrutar del espacio, habitar el mundo. Basta escucharlas para saberlo. Y que respondas que no a varias de estas preguntas no es, entonces, ninguna casualidad. Es el cisexismo la causa de la inequidad, y somos las personas cis quienes, por acción u omisión, nos apoderamos de todo. No basta con leer historias desgarradoras y conmoverse en público por la vida de las personas trans, hay que tenerlas en nuestras vidas. Hay que leerlas sin piratear sus libros, que las letras travas también importan. Hay que leerlas en los medios. Tiene que hacernos ruido que sea yo, una persona blanca, cis y heterosexual quién escriba estas palabras. Entonces no es mi voz la que importa. Nada de lo que pueda decir hace justicia al fuego travesti, a la furia trava que discute, teoriza y pone el cuerpo para una vida más vivible. 

Buena vida y poca vergüenza, como dice la Susy.


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