LECTURA

25 de Julio de 2025

La recomendación de la semana: “No culpes a la noche”

¿Un arqueólogo imaginario es el que se reconoce buscando piedras preciosas en el templo de la perdición o el que logra impedir que los nazis se queden con el Santo Grial? ¿Aquel que es capaz de curar la herida de su padre moribundo o el que tiene más aventuras en el desierto egipcio que clases en el inexistente Marshall College? ¿Acaso el galán que besa a una diva con la misma displicencia con la que descifra la clave secreta que lo arrastra de una biblioteca a una catacumba de una aventura a otra o el que le saca la sonrisa a un niño? Cualquiera de ellos, por supuesto, no podría llamarse de otra manera que Indiana Jones ni tener otra mirada que la de Harrison Ford. 

No es el caso ni de Fagan ni de Durrani, autores del bellísimo ensayo Lo que hicimos en la cama, una historia horizontal. Brian Murray Fagan, fallecido hace menos de un mes a los 88 años, fue un arqueólogo y antropólogo que enseñó en la Universidad de Santa Bárbara, California y que si bien no recorrió la selva amazónica entre tarántulas e insectos gigantes se metió, junto a Nadia Durrani, especialista en prehistoria y en genealogía del cambio climático, en un lugar más peligroso: la cama. Que dos se encuentren entre las sábanas es algo que llama la atención de los programas de chimentos, de los vecinos en el supermercado y de los investigadores, pero en este caso el interés pasa por lo que pudo hacerse en, contra, sobre, detrás, debajo, dentro de, desde la cama mientras el mundo seguía su curso como un río que no vuelve. Se trata, al fin y al cabo, de historiar parte de la intimidad, del dormir, del despertar y del vértigo.

El libro comienza con una cita de Groucho Marx, quien decía que aquello que no podía hacerse en la cama no valía la pena. Y puede que tenga razón, aunque las preguntas que guían la escritura girarán en torno a los tiempos, las decisiones, los hábitos: ¿cuándo comenzamos a arroparnos en el sueño de los justos entre mantas y pesadillas para conjurar el frío? ¿Cuándo la cama se transformó en el escenario del sexo y del placer, de la magia y de la medicina, del parto y de la muerte? ¿Qué sería de la historia de Francia sin las conversaciones de alcoba o de la Inglaterra de los Tudor sin los maravillosos tapices del amor? Hasta Odiseo describe como prueba irrefutable de su identidad el lecho conyugal que sólo él y Penélope conocen, el lecho que erigió en el centro de su habitación, sobre el tronco de un olivo, como si fuera, por qué no, el mismísimo centro del mundo. ¿Y acaso no podría ser también el centro del mundo la cama de campaña en la que Napoleón descansó en las vísperas de la batalla de Waterloo? Lo que hicimos en la cama no es sólo la historia de un mueble más en la habitación, sino también una arqueología de la vida privada que, para escándalo de muchos, a veces se vuelve pública y aún no ha terminado. Porque incluso las colchas tienen futuro y hasta quien acaba de caerse del catre puede encontrarse entre almohadas y ositos de peluche a John Lennon y Yoko Ono encamados por la paz antes del desayuno.
 

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