Reseña de La torre del amor, de Rachilde, Buenos Aires, La parte maldita, 174 páginas
Lejos de ser un idilio, La torre del amor (1899) de Rachilde nos propone un espacio opresivo y angustiante, entregado a los asaltos de las mareas. Se trata de una novela clásica que narra la reclusión forzada de dos hombres: el joven aprendiz Jean Maleux, lleno de entusiasmo, y el guardián experimentado, Mathurin Barnabas, hombre extraño, rudo y taciturno. Jean llega para reemplazar a su predecesor fallecido por un “accidente” que el viejo rehuye tratar. Entre el rugido de las olas, los personajes luchan por mantener encendida la luz para guiar a los barcos, mientras se hunden en una pesadilla que enfrenta la crueldad del mar con la de los hombres. La obra, que quema con una belleza oscura y terrible, combina simbolismo y naturalismo y revela el lado sombrío de la belle époque.
Marguerite Eymery (1860-1953) es universalmente conocida por su seudónimo, Rachilde. Catalogada como escritora del decadente fin de siècle, consiguió hacerse un hueco en un panorama literario predominantemente masculino. Su identidad estuvo marcada por el hecho de lamentar no haber nacido hombre, pues su padre, militar, deseaba un hijo varón, lo que la llevó a ser educada como un chico (montaba a caballo, llevaba el pelo corto). Ella misma se autodenominó “androgyne de lettres” y adoptó el título de "Rachilde: Homme de lettres", llegando incluso a obtener permiso oficial para usar pantalones. Tras mudarse a París a los 21 años, causó un escándalo literario con Monsieur Vénus (1884), una novela considerada violenta y sexualmente gráfica, por la que fue apodada la "Reina de la Decadencia". La obra fue prohibida y Rachilde condenada a prisión por pornografía, aunque la sentencia fue esencialmente pro forma y ella nunca llegó a ver la cárcel. A pesar de la controversia, cofundó Le Mercure de France en 1890 y fue una figura influyente, admirada por autores como Rubén Darío y Oscar Wilde.
La recepción crítica de La torre del amor subraya su impacto ineludible, ya que fue un texto que resonó con escándalo desde su publicación en 1899. Los críticos han elogiado la escritura impecablemente controlada de Rachilde que arrastra al lector a una estela mortífera, gótica y una atmósfera siniestra. La novela explora los estragos de la soledad y el aislamiento psicológico en un caos marítimo que azota el rostro mientras la condición humana se desmorona. Página a página, el optimismo inicial de Jean se ve minado por la bestialidad de su colega y las olas incesantes revelando cómo la locura y la animalidad surgen de una falla abisal inducida por el aislamiento. “Cualquier pensamiento noble había desaparecido de nosotros, estábamos demasiado embrutecidos. Y reptábamos frente al mar, que estallaba de risa en nuestra cara”. No por nada es una obra maestra de la literatura, de lectura insoslayable. En Los raros, bellísimo y extraño libro en el que Ruben Darío incluye a una sola mujer, Rachilde, el poeta nicaragüense afirma: “El mayor de los atractivos que tienen las obras de Rachilde, está basado en la curiosidad patológica del lector, en que se ve la parte autobiográfica, en que se presenta al que observa, sin velos ni ambages, el alma de una mujer, de una joven finisecular con todas las complicaciones que el «mal del siglo» ha puesto en ella.”
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