Fotografía: Mailén Benitez @lennizar
/ Por Cecilia Perna
Pequeño Teatro del Paraná es un espacio para el activismo -la actividad, la inquietud, el runrún- escénico que, en un gesto cómplice y pícaro, fundaron Nadia Sandrone, Flor Manzi y Sol Tálamo, a la vera de ese río, dueño de la atmósfera de Zárate, desde donde las chicas despliegan sus trabajos. El gigante de agua parda hace de este pequeño teatro un teatro situado, es decir, montado sobre un paisaje y sobre unos cuerpos que permanecen enredados a las maneras de estar en un lugar concreto.
Elijo decir “enredarse” y no “enraizarse” porque el enredo -por encima o por debajo de la tierra- tiene la capacidad de correr lejos, de tirar líneas de unión -o incluso de corte- a través del tiempo y de los sitios. Así lo mostró, este último fin de semana, la obra La garza blanca o La gaviota del Paraná, una adaptación del clásico La gaviota de Antón Chéjov, que con la dirección de Nadia Sandrone y bajo la hermosa glorieta de la Quinta Jovita, presentó el grupo del laboratorio escénico Cae la Noche Litoral, que ella coordina.

Como la antigua glicina que la cobija, la escena tira lazos de unión: el lago de la finca del texto de Chéjov se vuelve aquí río marrón y caudaloso, los carros tirados por caballos se vuelven trenes de horario dudoso, Moscú se vuelve Buenos Aires. Las vestimentas, blanco gaviota -todxs son gaviotas allí, todxs aletean en danza aérea- parecen atemporales. El nombre de cada personaje se repite, ambiguo en la terminación de las vocales. Se repite también su carácter -después de todo, así se dice personaje en inglés: character-. Kostia, Nina, Dorn, Arkadina, Trigorina y Masha, son la cáscara sólida y la apertura formal, sobre la que Nadia Sandrone reescribe el texto dramático, en una práctica inteligente de conservación y renovación. Esta jugada no es menor, porque lo que hizo de La gaviota de Chéjov un clásico fue que, justamente, el texto se abría a la discusión estética del momento: ¿arte conservador y burgués para un público “pochoclero” o arte de vanguardia, revolucionario y poco comprendido?
La polémica sigue intacta en el texto de Sandrone donde se actualiza y, también, se resuelve sin cerrarse: comprender o no una obra no es lo central, sino ubicarla. Ubicarla como trabajo de y para una comunidad. Dar sitio a la acción sintiéndose en casa, pensar el público como un grupo de gente amiga, que no asiste a una puesta para hacer una crítica estética, sino para convivir en el trabajo delicado, cuidadoso y comunitario. Esta convivencia por la que la obra brega, sólo es posible desde ese lugar que cada quien encuentre para la construcción -las obras de arte siempre se construyen en grupo-, perdiendo los trenes que haya que perder, menos este: el de seguir haciendo nuestra propia cultura colectiva.
¿Cuándo es la próxima estación de este tren precioso? El domingo 21 de diciembre en la Biblioteca Popular José Ingenieros. Súbanse a esta máquina imperdible.

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