/ Por Gabriela Trupia
Antes escribía de un tirón. Me pedían una nota sobre ecología urbana, en la buena época del Suplemento Z de la Sociedad de Arquitectos de Zárate en el Diario La Voz, y luego de leer algunos artículos, capítulos de libros y recurrir a mis experiencias diarias elaboraba una nota relativamente buena. Tal vez un poco larga, tal vez demasiado personal, pero no me faltaban palabras, motivaciones, inspiración para dejar por escrito algo que se me antojaba, “un buen aporte”. Eso cambió con el advenimiento de las redes sociales. Si bien al principio me entusiasmó, la cantidad de posteos por leer, máximas, reflexiones, buenas noticias, malas noticias, falsas noticias, me fueron apagando. Reconozco que las redes han democratizado el acceso al conocimiento, permiten dar voz a una multitud de personas que no la han tenido en mucho tiempo, generaron y están generando palabras nuevas, nuevas maneras de comunicarnos, de reunirnos en el aislamiento (de aislarlos en las reuniones también, por qué no decirlo) y en mi caso, cerraron la efímera vocación por la escritura, que a veces fue periodística, a veces científica, a veces (las menos) literaria.
No obstante, algunos integrantes de este precioso - y joven- medio de comunicación Corré la voz, me han pedido que sea colaboradora, y lo que antes me hubiera parecido una tentadora oferta para vanagloriarme de la escritura-de-corrido de mi juventud, se transformó en un reto de mi etapa tanto-reflexionar-me-paralizo de esta segunda mitad de la vida por la que transito.
Y ante ello, tal vez pueda encontrar algo para decir en este momento en que la ciencia, la tecnología y la innovación se han transformado en una moderna trinidad a la cual miramos con respeto, fe y cierto temor de que nos fallen y no nos regalen el paraíso prometido por otras creencias. Amén.
Lo que voy a decir hoy, no es sobre ciencia y tecnología (ceyte, como decimos en la jerga) sino algún breve comentario sobre una nota publicada en AEON, revista digital que se edita desde el año 2012. En su número de marzo de 2018 (perdón por la antigüedad de esta cita) encontré este artículo escrito por Gloria Origgi, una filósofa italiana que trabaja en el CNRS (que es como el CONICET francés). La nota se titula: Say goodbye to the information age: it’s all about reputation now (Dígale adiós a la era de la información: todo es acerca de la reputación ahora).
La nota empieza así:
Existe una paradoja subestimada del conocimiento que desempeña un papel fundamental en nuestras democracias liberales hiperconectadas avanzadas: cuanto mayor es la cantidad de información que circula, más confiamos en los llamados dispositivos de reputación para evaluarla. Lo que hace que esto sea paradójico es que el acceso enormemente aumentado a la información y al conocimiento que tenemos hoy no nos da poder ni nos hace más cognitivamente autónomos. Más bien, nos hace más dependientes de los juicios y evaluaciones de otras personas sobre la información a la que nos enfrentamos.
La nota no es muy larga, aborda una serie de cuestiones que la autora desarrolló para su libro publicado en el 2017 llamado Reputation: What It Is and Why It Matters y los invito a leerla completa en el link: https://aeon.co/ideas/say-goodbye-to-the-information-age-its-all-about-reputation-now
Y creo que es en este momento de aislamiento, donde nos hemos hecho tan habitués a visitar webs, webinarios, podscats, charlas TEDx, etc. es que he vuelto a reflexionar sobre lo que Origgi dice, como hacernos “más cognitivamente autónomos”. O dicho en español, cómo navegar en este mar de información generada por un océano de personas en un universo de plataformas diferentes a discernir- un poco- qué diablos está pasando o pasará, en torno a la pandemia, por poner un caso al azar.
Obviamente, no tengo la respuesta, que para eso los científicos somos fantásticos. Pero puedo dejar algunas pistas.
En lo personal, he aprendido que la reputación de quién dice qué, es LO MAS. Por eso (casi) sólo me fío de algunos sitios hiperconfiables como El gato y la caja (https://elgatoylacaja.com/), que es mi favorito, porque explican los temas sencillamente, con soltura, descontracturan la ciencia, ponen las cosas en su lugar. Son lo que hubiera querido ser de grande.
Seguramente hay otros sitios, y si en una noticia que escucho o leo mencionan a las OMS o a la NASA o al CDC (Centro de Control de Enfermedades de EEUU) o a la FDA (el organismo que controla y regula los medicamentos y alimentos en EEUU) o al ANMAT, recurro a sus páginas, teniendo en mente algo que también Gloria Origgi manifiesta en su artículo:
El cambio de paradigma de la era de la información a la era de la reputación debe tenerse en cuenta cuando intentamos defendernos de las "noticias falsas" y otras técnicas de desinformación que proliferan en las sociedades contemporáneas. Lo que un ciudadano maduro de la era digital debe ser competente no es en detectar y confirmar la veracidad de las noticias. Más bien, debería ser competente para reconstruir el camino de reputación de la información en cuestión, evaluar las intenciones de quienes la distribuyeron y descubrir las agendas de las autoridades que le dieron credibilidad. (El subrayado y las negritas son mi aporte).
Así que es mi deseo, mi interés, mi ocupación que Corré la voz construya esta reputación por la que viene trabajando, porque no le falta coherencia, solidez y compromiso, materias primas para cocinar este esperanzado plato comunicacional para todos y todas. ¡Muchas gracias!
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