/ Por Melina Mendoza
Una puesta en escena que se desdobla hacia lo múltiple. La montaña vino a mí se presenta como un díptico para, luego, desbordar los límites de las pantallas. La propuesta consiste en un cortometraje documental que combina performance, música y texto, que se impregna (y vampiriza) las condiciones de un estreno virtual, en vivo, con un público en cuarentena. Asistimos también, entonces, a los efectos de la cámara de video, de la edición, de los espacios cotidianos intervenidos y transitados, de los carteles que titulan, de la narración y sus tonos, del vestuario, de lapsus que dan cuenta del proceso de creación artística. A través de cuidados artificios, se apela a las voluntades poéticas para imaginar lo que haya que imaginar. Unos ritmos folklóricos, una actriz (Rocío Stellato) y un actor (Juan Bermejo) armando un caballo con sillas en un patio, la voz de la narradora (Nadia Sandrone) contando el proyecto son suficientes para generar el rapto que poco después nos hará ver una aparente ruralidad construida en la ciudad.
Acompañadxs de la muerte, ingresamos a los episodios (Diario de Nadia, Carta y Radio) que, a su vez, se fragmentan en historias, personajes y lugares que aparecen. En la narración y en las gestualidades, se entrecruzan fantasías cinematográficas con imágenes angustiantes de nuestro presente. Una belleza oscura. En ese sentido, resulta fundamental el tono de relato que se construye, tanto en la lectura de los escritos como en explicaciones acerca del proyecto. Ante aquello que clausura el aislamiento obligatorio, quienes participan de esta obra se sirven de las posibilidades que ofrece el género documental: se desplazan las divisiones de lo ficticio y lo real para que la fábula surja a la par de lo cotidiano en primera persona. Todo espectral, todo mito. Una exploración, entonces, de las potencias de distintas formas de escritura, de distintas formas de un yo que, por momentos, se enuncia explícitamente, mientras que por otros, se deja ver en las miradas, en las memorias, en cómo se comunica con otrxs.
El contexto forma parte de la obra en este sentido. Permite a les espectadores navegar en el proceso de constitución de personajes y escenarios, volviéndonos conscientes, nuevamente de la realidad de lo imaginario, en tanto que hay representaciones que son producidas con la materialidad de recuerdos, de ensoñaciones, de elementos que interpelan a la curiosidad de esa persona, de ese yo que escribe, que proyecta. Una literatura viva. Por ese motivo también son construcciones muy interesantes, porque emergen desde el detalle, desde las adjetivaciones que nos hace preguntar qué vínculos se tejen detrás de las imágenes. La narradora habla de manifestaciones en el Obelisco como sujetos de derecha, pero también que generan una atmósfera de ocultismo siniestro, de secta misteriosa. Con esa misma entonación, cuenta un mandado al supermercado, desde lo frío del no-contacto y lo vampírico del encierro diurno. Esto va abriendo lugar para una enunciación, y un acento en la puesta en escena, más de leyenda. Allí aparece, enmarcada en la musicalidad y presentación de chacarera western, La Jineta Tuerta. Vaquera o gaucha que se vuelve extravagante con un vestido de época, un cabello rubio brillante, anteojos de sol y guantes rosas para lavar platos. También cuando se puntualiza que pensemos en una mujer de 35 años con un conejo sacrificado para rituales paganos. La Jineta circula los territorios con un encapuchado que le comparte cigarrillos, mientras la voz, que simula estar en off, nos describe sus andanzas. A la fina y pop estampa que nos obsequian, podríamos devolverles unos fotogramas: Thriller (1973), Sundown: un vampiro retirado (1989) y Near Dark (1987). Otras construcciones, otras subjetividades que dialogan con La Jineta Tuerta y permiten expresar visualmente la experiencia de lx espectador/público.
Cuando presenciaba la obra pensaba “Cada tierra tiene su poética y cada texto puede ser una invitación”. Las intérpretes hacen alusión a la tierra natal como tópico que atraviesa la vida y aún más en situación de pandemia, por la distancia con los territorios y los afectos que despierta, como también por el encuentro con unx mismo que lleva hacia la búsqueda personal. En el Diario, aparece un escrito sobre una experiencia cinematográfica en la que un cineasta filma paisajes de una estancia de su infancia, alejada de la ciudad. En la Carta, se describe que el proyecto original había sido pensado para ser llevado a cabo en las sierras de Tandil. En Radio, se canta una canción que nombra a Ibicuy también, en ese sentido, mencionando al amor y a la madre. La materia viva para la poesía son estos espacios cargados de significado, que no son lugares comunes, un-cualquier-espacio, sino lo rural, la fuga a los órdenes de la ciudad. Por un lado, la actividad del relato, de la canción y la representación teatral saca del polvo al mito y le da cuerpo. A su vez, como parte del origen, esas primeras personas trasladan consigo la experiencia del campo. Jugar con sus poéticas es permitirle hacer sus apariciones, manchar las estéticas formateadas y funcionales. Oscurecer los planos, como cuando salen del escenario del patio y, con un ritmo dark-electrónico, chocan las calles de San Telmo con vestimentas góticas.
La montaña vino a mí ganó el concurso Concurso de Actividades Performáticas en Entornos Virtuales del Instituto Nacional del Teatro. Está integrada por Nadia Sandrone, Rocío Stellato, Juan Bermejo, Josefina Schivo Federico y Ramiro Bailiarini. Tras su estreno, quedó disponible la grabación del acontecimiento en YouTube para revisitarse de forma gratuita.
Mirá La montaña vino a mi siguiendo el link: https://www.youtube.com/watch?v=uNKjp1x4t80
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