¿Cuáles son los desafíos que se presentan para la educación a partir de la virtualidad forzada? ¿Cómo podrán los entornos educativos atender los aspectos afectivos dentro de la formación? En este artículo para Corré La Voz, la Lic. María Paz Ulloa analiza las implicancias del ASPO.
/ Por Lic. María Paz Ulloa - Psicóloga UBA y Directora Pedagógica Colegio Xul Solar
Frustración, soledad, apatía, enojo, pocas estrategias para resolver conflictos… Estos son algunos humores que han florecido recientemente, asociados al aprendizaje, y que han tomado fuerte potencia en el contexto actual de aislamiento obligatorio, en el cual tanto grandes como chicos frente al aprendizaje a distancia, han revelado la carencia de una formación previa, seria y real de aspectos afectivos de su formación. Este escenario dispara la pregunta: ¿qué han estado haciendo realmente las escuelas en torno al desarrollo afectivo de quienes la habitan? ¿Cómo se abordan los aspectos afectivos? ¿Cómo hacen lazo social los actores escolares?
La escuela es mucho más que transmisora de saber y contenidos, eso ya lo sabemos hace mucho tiempo: sin embargo, parecería que, en efecto, cuando la presencialidad de la escuela desaparece, esos valores altruistas respecto de la socialización que se promueven en los acuerdos de convivencia y en los idearios bellamente redactados, no hubieran generado ningún impacto en los sujetos que transitaron por ella. Docentes sobrepasados, padres irritados que colapsan cuando se ponen con sus hijos a hacer las actividades, estudiantes frustrados que explotan en angustia ante esta situación, todos sin entenderse, sin poder ponerse en el lugar del otro y sin disposición a dialogar.
Si bien este contexto es sumamente excepcional, y hace que todos estemos más permeables a desbordes emocionales, creo que ha quedado en evidencia que los vínculos y los afectos en la escuela no suelen ser una prioridad de agenda, que no lo fueron antes de la cuarentena, y que no hay una genuina alianza entre quienes tienen la tarea de formar a los más chicos. Padres que desconfían de los docentes, docentes que se sienten expuestos en las videoclases al ser mirados desde el hogar, enfrentamientos, desconfianzas, los chicos que quedan en medio de esa tensión, en la que los adultos se miran criticándose, enjuiciándose, dispuestos casi a denunciarse unos a otros.
Todas las escuelas desde sus idearios promueven el desarrollo de valores como la responsabilidad, la generosidad, la cooperación, el compañerismo... Pero pocas le dan un espacio curricular a ello. Tal vez porque abordar esa misión seriamente es abrirse a un campo que pone en cuestión gran parte de cómo están estructuradas las escuelas en su seno más profundo: implica cambiar modos de relación, de jerarquización, de comunicación, en fin, implica estar dispuesto a una interpelación que mueve estanterías muy arraigadas. O tal vez, como creo que ocurre en muchos casos, aunque haya disposición a hacerlo, no se sabe cómo. Creo que lo que quedó en evidencia en este contexto en el cual la escuela intenta migrar insatisfactoriamente a la virtualidad, es que cuando volvamos, vamos a necesitar políticas educativas oficiales que busquen un abordaje sincero y serio de las subjetividades y los afectos. Evidentemente, necesitamos más espacios curriculares e institucionales que se encarguen de esto. Los necesitábamos antes: ahora es una urgencia encargarse de tenerlos.
En este punto, me gustaría hacer una advertencia. Cuando hablamos de afectos en la escuela, considero peligroso dejar en manos de la llamada “educación emocional” la ocupación por el sujeto. Con un halo fundacional, estas corrientes pretenden ingresar a las escuelas como las salvadoras que han venido a dedicarse a la deuda pendiente con los afectos y emociones, como si nunca hubieran sido estas una preocupación de los educadores. Esto es simplemente falaz: los afectos y las relaciones siempre han sido una perspectiva de la escuela. El movimiento del escolanovismo es un potente ejemplo de esto. Freire siempre habló del amor. Sin embargo, hoy en día la educación emocional se presenta como la abanderada de los afectos en la escuela. En lugar de contarles a los más chicos cuentos donde se ve cuán malo es el monstruo por enojarse o sentir rabia, o invitar a los docentes a conectarse con la propia respiración, creo que nos debemos una reflexión muy seria sobre cómo nos vinculamos y cómo circulan los afectos en la escuela. La educación emocional se inspira en la noción de inteligencia emocional de Daniel Goleman y plantea como sus pilares el conocimiento de uno mismo, la autorregulación emocional, la motivación o el aprovechamiento productivo de las emociones. Me parece necesario hacer foco en que estas corrientes pretenden que la educación tenga una función adaptativa. En cierto sentido, creo que se encargan de un abordaje de las emociones, pero para encorsetarlas, dominarlas, que sean predecibles, y estén ajustadas a los cánones de conductas esperables. Es decir, las emociones están en el centro, pero para poder ser controladas, y presumo que, luego, para que puedan ser traducidas en habilidades útiles para el mercado laboral. No voy a desarrollar acá este punto por una cuestión no solo de extensión sino más de respeto a quienes como Ana Abramowski (UNGS/FLACSO) desarrollan el argumento de manera excelente. Simplemente, quiero dejar clara la idea de que no podemos dejar en manos de estas “vanguardias educativas” lo que ocurra con las emociones, los sujetos y los vínculos en nuestras escuelas porque ellas ponen el énfasis en el trabajo de autoexamen y autorregulación, y de ello se desprende la idea que cada persona es responsable de su éxito o de su fracaso, de su alegría o de su sufrimiento. Esto tiende a individualizar y descontextualizar los procesos educativos, llevándolos hacia un discurso despolitizado, competitivo y profundamente adaptativo, en el cual el estudiante y también el docente deberían dominar las pasiones al servicio del mercado laboral, convirtiéndose en sujetos que triunfan solos y gracias a su mérito en ello.
Esta situación forzada en la que debemos alejarnos un poco de del aula real, nos da la oportunidad de pensar sobre qué hacer al respecto y cómo queremos volver cuando esto pase. Creo que sigue habiendo muchas escuelas conservadoras que inculcan formatos, discursos, modos escolares que contribuyen a la proliferación de vínculos desfavorables, de discriminación, acoso, violencia, y que obturan el diálogo y la posibilidad de acuerdo en torno a lo escolar, internamente en sus equipos docentes como así también hacia las familias. Este contexto raro en el que intentamos seguir educando dejó de manifiesto que pareciera haber una fractura entre la escuela y la familia, un desconocimiento mutuo, un enfrentamiento en veredas opuestas. Eso debe cambiar de aquí en más.
Cuando volvamos a nuestras aulas, va a ser muy necesario ponernos a trabajar en cómo hacer visible los problemas vinculares y los afectos. ¿Qué alternativas tenemos? ¿Hasta dónde puede llegar la escuela en la formación afectiva? Un bellísimo ejemplo de cómo pueden pensarse dispositivos institucionales colectivos y significativos para abordar un curriculum de los afectos, puede ser el de la Mediación Escolar. Creo que debería convertirse en una materia obligatoria en todas las escuelas porque la mediación entre pares ha demostrado, en todas las escuelas que la han incorporado a sus prácticas de enseñanza, cómo es posible romper con la soldadura autoridad/obediencia y, entendiendo a la autoridad como relación, ir en busca de la igualdad no como un objetivo sino aceptarla como principio. Propone e invita a la participación de todos los actores que hacen a una institución educativa. La mediación es una acción institucional que se realiza en algunas (aunque pocas) escuelas y que, como diría Ranciere, ensaya una autoridad ejercida en pos de procesos emancipatorios, en tanto es “transferida” a los estudiantes. Se trata de una excelente oportunidad para el debate acerca de cómo circula o cómo se ejerce la autoridad, repensando su lugar, removiendo prácticas naturalizadas e incluso absurdas, posibilita una autoridad que lejos de imponerse, hace lazo, y a la vez configura un lugar de transmisión fértil. Permite formar subjetividades emancipadas a quienes la ejercen y habilita un paso institucional en donde el sujeto tiene lugar, tiene voz, tiene pertenencia. Y eso lo dispone de un modo diferente en su relación con los demás, haciendo de la escuela un espacio propicio para el desarrollo de vínculos más sanos. Cuando retomemos la presencialidad, tendremos que reforzar la mirada que echamos sobre los vínculos porque de ese contacto cotidiano entre sujetos docentes, familias y estudiantes, depende la formación de sociedades más justas, más empáticas y más emancipadas. Es necesario ese contacto permanente con el otro, el vínculo humano, porque de lo contrario hay una cantidad enorme de competencias o habilidades que no podremos ni enseñar ni aprender. Y es necesario vivirlo en ese marco de relaciones que da la escuela, porque ni el living de casa es el aula, ni los padres, los maestros.
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