RELATO

14 de Septiembre de 2024

De barrio y otras violencias

/por Matías Montenegro 

No recuerdo bien pero no éramos más de 10 (el Chanchi y su hermano Diego, mi hermano y yo, Mati "el ahorcado" y un par más que ya no recuerdo el nombre o su apodo), en ese entonces las divisiones territoriales afectaban y diezmaban nuestros números. Yo era el más joven del grupo que había heredado esta violencia por el otro, el distinto, el que está del otro lado de la calle Güiraldes. Es que no era una calle más para nosotros, era un páramo de contradicciones barriales, un límite de compasión, una barrera a la nobleza de nosotros, los nacidos en Juana María contra los que cayeron en la decidía del barrio Mitre en esta mundana ciudad de Zárate.

 

Heredada en todo sentido, así como nosotros teníamos nuestras banditas, nuestros hermanos mayores también, al tiempo que sus guerras eran más complicadas, nacidas en los albores de los 80’s y escalando a límites de violencia en los 90’s, momento en los que se organizaban los primeros partidos en la canchita del barrio con los pibes y mi generación comenzaba a patear la lleca (jamás pasando la Güiraldes hacia el Este, la av. Antártida por el Norte, Belisario Roldán al Oeste o la calle España al Sur). Nosotros aún teníamos la pelota mientras que muchos de “los más grandes” tenían las balas. A pesar de no entender muy bien porqué, con barrio Mitre estaba todo mal.

 

Como si fuese a propósito, cada barrio tenía su propio corralón de materiales que se distanciaban por 3 cuadras. Este era nuestro supermercado de artillería e infraestructura en ese entonces. Cuando los sábados temprano les llegaba el cargamento de piedras de canto rodado, por turno íbamos con unas pocas bolsas a sacarles las mejores al corralón Respiggi y seguramente lo mismo hacían los del barrio Mitre con el corralón Lacognata. La provocación era nuestro método de alcanzar la euforia, dejábamos las bolsas con piedras y las gomeras apostadas tras los árboles de nuestra canchita y cruzábamos la calle límite para jugar en la suya (que era más lisa y la pelota lograba una mejor trayectoria entre pase y pase). Cuando por la calle Melillo veíamos cuerpos lanzados a la carrera hacia nosotros, manoteabamos la pelota, cruzábamos la calle frontera, agarrábamos las gomeras y los replegábamos a gomerazos (el nivel de inconciencia). El chanchi dejaba a mano su rifle de aire comprimido y lo sacaba cuando lograban cruzar la calle límite y se acercaban demasiado al corazón de Juana María.

 

El punto de inflexión: Desde nuestro centro logístico, corralón Respiggi, pudimos acceder a unos pallets de madera (que utilizaban para la carga y descarga de bolsas de cemento, piedras, etc) y nos armamos nuestra casita del árbol en la canchita, ubicada en la esquina de Güiraldes y Av. Antártida Argentina, el límite noreste. Con una caja de chapa vieja, de esas donde venían las galletitas antes, improvisamos un hornito e hicimos pochoclos mientras le gritábamos idioteces a la gente que pasaba por la avenida. Era nuestro cuartel general, nuestra unidad básica, donde guardábamos los cohetes y petardos, los cigarrillos sueltos, las fotos pornográficas y los vinos en caja. Pero estaba en el límite, no lo vimos o no lo quisimos ver.

 

Un domingo a la mañana nos juntamos por la calle De la Torre y fuimos caminando hasta la canchita, ya sentía el olor antes de llegar. La pelota se cayó de la mano de uno de los chicos y nadie dijo una palabra. La casita estaba en ruinas, prendida fuego, aún chispeaban quejumbrosos sus pilares de madera y las columnas de humo se levantaban a unos cuantos metros por el aire. Era nuestra Alejandría en llamas, nuestra Atenas en ruinas, nuestra declaración de guerra.

 

Pero algo curioso pasó. Entre las máximas de “astucia”, se ponderaba levantarse una minita del otro barrio. La mujer, producto de toda esta herencia, era vista como un botín de guerra, como un objeto que servía para golpear duro la moral del enemigo. Tras el incendio se comentaba en toda reunión que el paso siguiente sería la lucha campal entre Juana María y barrio Mitre, pero hubo algo que nadie pensaba que podía llegar a pasar en momentos de beligerancia. Las mujeres, que tenían acceso de inteligencia a ambos barrios, propusieron una salida diplomática al conflicto: Un partido de fútbol entre los dos equipos.

 

Jugábamos por la coca y el honor, un sábado a las 2 de la tarde. El aire se podía cortar con un cuchillo de manteca, una de las pibas tiró la moneda para ver quién sacaba. Pase corto desde el medio y el partido estaba en marcha. En los extremos, un par de palos clavados al piso perpendiculares a los de enfrente, eran los arcos de fútbol, cuyos travesaños era designados por moral, según qué tanto saltó el arquero y qué tan alto pasó la pelota.  A los pocos minutos me tiro a barrer al crack del equipo de ellos (que también era el más picante), fue una entrada dura pero a la pelota, “pedile disculpas” me dijo desde el costado una de las pibas de su barrio, no como una orden sino como una recomendación. “Disculpá”, le dije. “No pasa nada”. Todo arreglado.

 

No recuerdo como terminó el partido, yo entonces tenía unos 8 años, pero terminamos todos tirados compartiendo la coca. Desde ese momento, y gracias a la intervención de las pibas, ese conflicto heredado entre barrios había llegado a su fin. Nos juntábamos todos los días a jugar a la pelota después de ver Dragon Ball hasta que ya no había luz solar, nos invitábamos a los cumpleaños y ya no había temor por caminar de noche ni en cruzar la Güiraldes. Los límites se habían esfumado en un partido de barrio entre barrios.


Gracias por tu interés en breve te estaremos llamando!

¿Estás interesado en anunciar en CorreLaVoz.net?

Déjanos tus datos y un responsable del área comercial te estará contactando a la brevedad!
Completa tu Nombre!
Completa tu Numero de telefono!
Completa tu Email!

Estamos en Facebook danos un me gusta!