Feria de fenómenos o el libro de los niños extraordinarios es uno de aquellos libros excepcionales en los que la belleza intrínseca de las historias, las ilustraciones y el atractivo estilo de Betina Gonzalez, —multipremiada escritora argentina que ha ganado entre otros el Premio Clarín de Novela en 2006 y el Tusquets en 2012—, se confabulan para que los pequeños lectores (y también los grandes) se inmiscuyan en sus páginas hasta formar parte de un especial universo. En cada uno de los relatos, más que encontrarnos con un cuento lineal, clásico, o de moraleja esperable, nos enfrentamos a una galería de personajes y de incidencias que buscan, como si se tratara de una red para cazar mariposas, atrapar la belleza del mundo. En una de ellas, cuenta la narradora que los animales y la lectura ahuyentan la melancolía, y nada mejor pues que conjeturar la lectura como una feria a la que nos asomamos a versiones posibles de nosotros mismos, de nuestras familias, de las figuras del barrio, del sinsentido que nos rodea y del poder creativo de la imaginación.
A lo largo de ocho textos que se van encadenando por el efecto mágico de la fantasía y la palabra, la autora nos presenta facetas inusuales de lo común y lo corriente, de lo que pasamos por alto absorbidos por la rutina, el orden, la corrección. Y es así que los elementos, ya se trate del barro que da forma a una vida o del fuego que puede consumirla, de una piedra que podría ser el mejor regalo de Navidad, o de juguetes, reales o imaginarios, —una pelota, una muñeca, un catalejo, un espejo, un trencito— devienen en dispositivos narrativos para dar cuenta de lo más maravilloso de la infancia: el asombro, la felicidad de poder crear un mundo, de contarlo, cambiándolo, para volverlo propio y ajeno, extraño y familiar. Valgan como ejemplos la fabulosa alegoría de Niño Salvaje, que inventa, sin proponérselo y acaso precisamente por eso mismo, el lenguaje, causa de embeleso y dicha en una niña vestida de blanco, la Niña Poeta, ambos encerrados en sus respectivas jaulas para ser exhibidos como fenómenos, o Receta para obtener una niña verdaderamente libre, que deconstruye los parámetros habituales de la formación y del deber ser: ficciones, al fin y al cabo, que montan y desmontan las tramas de las identidades impuestas y abren la puerta a las diferencias, a la libertad.
En uno de los artículos de La obligación de ser genial, Betina González discute el rol de la emoción en el acto creativo y afirma que escribir es descubrir, es aceptar la propia vulnerabilidad. Leer el Libro de los niños extraordinarios también es escribirlo y es reconocerse en los otros para escuchar, entre los ruidos de la vida cotidiana, las voces veladas por el tiempo, la fuerza taumatúrgica de la literatura. No hay nada más hermoso que ver a un niño concentrado, cuenta Hermelina, narradora del relato homónimo, que apareció de repente en una casa embrujada para acabar dándose cuenta de que, en realidad, descendía “de las hadas, de los sueños, y que estaba destinada a durar como solo pueden hacerlo las palabras”. Como todos nosotros.
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