La foto de la semana: “Saber cuándo parar”

Diciembre llega como una brisa pesada que acaricia y lastima al mismo tiempo. Los sueños que quedaron esperando, los niños creciendo, las deudas del año …
A veces quisiéramos decirle al mundo que frene, que nos queremos bajar, como si fuera un carrusel que gira incesante, continuo y sin fin.
Asi y todo seguimos, Con pasos cansados, rendidos, … pero firmes. Porque algo no nos deja prescindir. 
La familia aparece como ese refugio que sostiene incluso en los días inciertos. Con sus abrazos que dicen más que las palabras, con sus miradas que reconocen nuestras sombras y aun así eligen quedarse. El amor —en todas sus formas— se vuelve faro; pequeño, humilde, pero constante. Y en el recuerdo de quienes ya no están encontramos una energía distinta, una compañía silenciosa que nos empuja.
Estas fechas tienen esa rara alquimia: iluminan lo bello, pero también, exponen las grietas. 
Sin embargo, entre luces y heridas, hay algo que nunca se apaga: nuestra capacidad de levantarnos y de reinventarnos. Incluso cuando ese poder interno, tan humano e imperfecto, es lo que convierte cada cierre en un comienzo.
Tal vez ese sea el verdadero sentido, reconocer que, pese al cansancio, pese a lo que faltó y a lo que dolió, cada uno de nosotros seguimos presentes…más sabios, más sensibles, más fuertes. Que entre lo bueno y lo malo, entre lo que abrazamos y lo que dejamos ir, seguimos siendo nosotros, completos en nuestra forma mas rota y valientes en nuestra manera mas suave. 
Quizás ese es el regalo más honesto de este año, entender que la vida se construye asi: un paso adelante, un respiro profundo y que podemos abrazar la pausa como quien abraza a un viejo amigo. 
Que el vivir no nos pide Perfección sino presencia.

Foto y texto Ig: @n.m_fotografias