CONSUMOS CULTURALES

14 de Julio de 2020

Cancelar la fama: Activismo en redes sociales

Infinidad de veces hemos escuchado la premisa de que las redes sociales son un espacio de pérdida: pérdida de tiempo, de contacto social cara a cara, de empatía. ¿Pero alguna vez las pensamos como espacios constructores de acción política?

/Por Constanza Garbocci

En la era de las redes sociales y la espectacularización solemos encontrar a la web como un lugar de expresión de opiniones individuales y conformación de colectivos. En otras palabras, un lugar propicio para la creación y consumo de contenido que tiene como premisa máxima exhibir tanto ideas como corporeidades.

Un fenómeno digital conocido comúnmente como cultura de la cancelación -o cancel culture en inglés- se originó en Twitter, como expresión de rechazo o descontento masivo frente a un comportamiento reprensible de un artista o figura del espectáculo. De esta forma, la acción de cancelar en redes hace foco en el consumo problemático de ciertos personajes de la industria del entretenimiento que expresan posiciones o acciones cuestionables para las audiencias.

El fenómeno de cancelar no es algo nuevo. El mismo tuvo un gran auge junto con las denuncias por crímenes de discriminación, acoso y violencia, vinculadas al movimiento de mujeres #MeToo de los Estados Unidos en 2017. Celebridades como Kevin Spacey, Roman Polanski, Woody Allen, Harvey Weinstein, entre otros, fueron algunos de los que sufrieron esta cancelación digital después de que se dieran a conocer de manera pública sus crímenes de abuso. A su vez, este fenómeno se ha afianzado como una práctica común en las redes sociales ante otros tipos de comportamientos y comentarios de personalidades públicas también considerados problemáticos. Entre ellos podemos encontrar a Rosalía con el uso de pieles de animales, Kevin Hart no disculpándose por resurgimiento de tweets homofóbicos realizados en el pasado o incluso  Samanta Casais, participante del reality Bake-off, no declarando su experiencia como pastelera profesional.

En los últimos meses la reconocida escritora J.K. Rowling, autora del best-seller adolescente Harry Potter, se ha visto envuelta en una polémica en torno a declaraciones consideradas transfobicas. Rowling fue cancelada por primera vez en diciembre de 2019, cuando compartió públicamente su apoyo a Maya Forstater, una trabajadora despedida tras manifestar en redes sociales que las mujeres transgénero no pueden cambiar su sexo biológico. Rowling se unió al hashtag #IStandWithMaya (#EstoyConMaya) y tuiteó: “Vestite como quieras. Llamate como quieras. Dormí con cualquier adulto que te consienta. Viví tu mejor vida en paz y seguridad. ¿Pero obligar a las mujeres a perder sus trabajos por afirmar que el sexo es real?". Su enfrentamiento con los usuarios de Twitter y distintas organizaciones defensoras de derechos LGBTQI+ se ha extendido hasta el día de hoy. Razón por la cual la escritora ha tenido varias cancelaciones masivas en la red social.

Miles de fans del mundo Potter se volcaron a las redes para expresar su descontento y desilusión frente a las palabras discriminatorias emitidas por la autora. Un usuario de Twitter respondió a las declaraciones de Rowling asegurando: “Como un hombre gay que encontró seguridad en Hogwarts durante toda mi infancia, saber que las personas trans no podrían tener esa seguridad me rompe el corazón”. [1] Incluso actores del mundo creado por Rowling tomaron la palabra para expresar su desacuerdo con sus declaraciones.

[1] https://twitter.com/shahmiruk/status/1207666369543786497

¿Podemos separar al autor de su obra?

Todo esto nos hace preguntarnos: ¿Cuál es el rol de la celebridades en el contexto social y político actual? ¿Es posible para las audiencias separar la intimidad de una celebridad de su  vida artística-pública? La inminente realidad de la vida vivida 24/7 en línea y la cantidad de información que hoy tenemos sobre la vida privada de los famosos, podría no permitirnos hacer esa diferenciación. Vivimos en una sociedad que parece ya no tener espacio para lo privado, autores expertos en el tema como Paula Sibilia lo denominan el “show del yo”, por la constante exposición que cada persona hace de sí en redes sociales.

Las celebridades que forman parte de este mundo 2.0 exponen su personaje web como un producto para ser consumido por la mayor cantidad de personas a través de las pantallas.  De esta forma, para los personajes de la farándula es más difícil establecer esta diferenciación. Los famosos basan la mayor parte de su estatus de celebridad en la atención e interés sostenido del público. Esto, en la actualidad, suele lograrse por medio de la espectacularización de lo privado. Ya sea a través de imágenes en Instagram o escritos que expresan su ideología en Twitter, la fama se sostiene a través del contacto con un público dispuesto a volver cada día a observar a su celebridad favorita.

Parafraseando el trabajo de Carolina Justo von Lurzer, Dra. en Ciencias Sociales e investigadora del CONICET, se puede asegurar que las celebridades hoy ya no pueden ser  consideradas como figuras banales o de simple entretenimiento. Su paso por los medios de comunicación son un punto de partida para la iniciación de debates -muchas veces- nunca antes tratados de forma pública. El reconocimiento de estos personajes de la industria se ve acompañado de la exclusividad y la legitimidad de sus voces como personajes con gran llegada. Sus acciones y repercusiones expresan un punto de partida ideal para analizar la sociedad en la que vivimos.

¿Qué pasa cuando se cancela a alguien?

Recapitulando, la cancelación es una suerte de auto-prohibición del consumo de un producto cultural, es decir un personaje de la industria del espectáculo que se constituye frente a la audiencia a través de su obra artística, sus prácticas y discursos espectacularizados de manera masiva. Este fenómeno ocurre debido a una diferencia ético ideológica de las audiencias con aquella celebridad pero: ¿Pero qué ocurre cuando las cancelaciones en línea tienen que ver con gustos, modas o descontentos de un fandom ofendido por la acción de otra celebridad frente a su artista favorito? ¿Cuáles son las consecuencias de una cancelación? ¿Qué fin tiene esta acción desde las redes?

Existen muchos ejemplos para responder a estas cuestiones, cada uno de ellos demuestra una posición distinta. En el caso de artistas musicales como Rosalía, J Balvin e incluso Michael Jackson, las cancelaciones en línea solo aumentaron sus reproducciones en plataformas digitales dejando atrás cualquier tipo debate por su comportamiento. En el caso de J.K. Rowling, una librería estadounidense decidió de retirar la venta de los libros de Harry Potter, a pesar de ser reconocidos por organizar clubes de lectura de las novelas protagonizadas por el joven mago.

De esta forma, preguntarse por la finalidad y las razones de las cancelaciones parece central. Los motivos por los que una personalidad puede ser cancelada son tan amplios como variados y la intensidad con la que los usuarios proponen su descontento deja en claro el rango de violencia con el que se vive la actividad en línea. Muchos casos, simplemente terminan siendo la expresión de bullying masivo en redes hacia un personaje público que ha errado en alguna declaración por desconocimiento, no un crimen que debe ser juzgado por la ley. Entonces: ¿Cuál es el espacio que se deja para el aprendizaje de estos individuos que en ocasiones expresan un ápice del accionar erróneo que existe en este mundo?

La cultura de cancelación se ha alimentado de la violencia en redes y como también el consumo irónico y la memeización de personajes controversiales. Pero es importante reconocer el poder de las redes sociales como herramientas para la visibilización del descontento y fatiga de una sociedad signada por las injusticias y la impunidad. La cancelación en redes se vuelve un acto político de masas, una acción que intenta un análisis crítico de los consumos culturales que tenemos normalizados. Ya sea por ser espacios de fácil acceso, manejo o costos, las redes, como Twitter, son un lugar más para la construcción de comunidad y acción social.

 

Por Constanza Garbocci

Ilustración del articulo Katie Carey


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