Para iniciar un relato basta con una escena habitual. Por ejemplo, la de una madre que maneja una pequeña camioneta por una ruta desértica y su hijo, sentado en el asiento del acompañante, que saca la mano por la ventanilla con el celular en alto, en busca de señal. Están yendo a su nueva casa y antes de partir, la gran preocupación era, más allá de la mudanza, las macetas para la madre, los amigos para el hijo. De la mano de ilustraciones bellísimas, Cuando levantas la mirada es una novela gráfica de Guillermo Decurgez (Decur) publicada por Hotel de las Ideas. Decur no sólo es un ilustrador minucioso y un historietista con estilo propio, también fue albañil y trabajó en una fábrica automotriz, y los detalles en este libro dan cuenta de ese mundo extrañamente cotidiano.
Como en todo viaje, se trata de salir al encuentro del camino, pero también de recorrerlo y de disfrutar cada diferencia, cada contraste: el cielo abierto frente al wifi, los árboles, los pájaros, los recuerdos frente al presente. En la nueva casa habrá una vieja habitación y en ésta un escritorio antiguo con cajones. ¿Qué más se necesita para generar misterio? ¿Una carta, un cuaderno, un secreto?
Alguna vez dijo Decur: «Mi cuerpo está lleno de pequeños cajones; hay cajones con luces de colores y otros con tan sólo la llama de una vela. Hay uno en especial que representa mi infancia; adentro hay un gran árbol adornado por una pequeña casa y, en ella, un niño que me invita a jugar». Y en efecto, en Cuando levantas la mirada, hay cajones que se abren y se cierran, puertas de entrada y pasajes hacia otras dimensiones del espacio literario, en las que la imaginación permite desplegar los sentidos y crear escenas inéditas. Al fin y al cabo, cada imagen produce una lectura paralela y pone en primer plano aquella virtud que Proust le atribuía a la buena literatura: la de ser tiempo encerrado. Porque si todo relato es una odisea parcial en la que la experiencia de la aventura depende en gran parte del lector, aquí los colores son determinantes para que la trama desborde y las miradas conmuevan.
John Berger observó que nuestra forma de ver las cosas se ve afectada por lo que sabemos o lo que creemos. En esta novela gráfica, Lorenzo, el chico protagonista, aprende que hay amigos inesperados y que la complejidad del mundo puede brotar de las historias encapsuladas en un cuaderno: los conflictos latentes, las esperanzas y las derrotas, la felicidad y los finales. El libro de Decur se erige frente a los problemas como un reservorio de azares dispuestos a desafiar al lector más exigente. Y, en las bifurcaciones de los caminos, se desdobla en relatos y colores, en líneas precisas y en puntos ciegos. Si la infancia es un paraíso en el que cada uno puede ser potencialmente autor de sus propias ficciones, quien escribe, quien dibuja, pinta, imagina o cuenta, puede alimentar la palabra en el diálogo y mirarse cara a cara en el otro.
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